domingo, 22 de septiembre de 2019

Ismaelitas



Sí, budismo, en el océano musulmán que es ahora, hasta es posible que aquella civilización tratase mejor a sus hijos y que fuese más comprensiva y tolerante, pues, no aquí, sino detrás, a un lado y al otro de la frontera, en el Asia central y en lo que ahora es China, en esa Kasgar que el visado chino nos ha impedido conocer, convivieron budistas con nestorianos y estos con la religión del Avesta. Y el mismo océano islámico está ahora lleno de mares musulmanes.

Las gentes de estas breves penínsulas que forman los derrumbes de montaña y los arrastres del río no se dicen tayicos o afganos sino pamires y hablan variantes del pamir, rama del indoiranio, hasta siete a cada lado de las fronteras (Tayiquistán, Afganistán, China, Pakistán) siendo aquí el chugní el que se impone a ambos lados del río Panj y no siendo superior a 100.000 los hablantes en cualquiera de los casos (yasgulamí, chugní, rochaní, iscasmí, vají, sanglechí y munyí). Tampoco dicen practicar la misma religión que los tayicos, si estos son sunitas, ellos se dicen chiítas y además de pata negra, pues su líder el imán Aga Khan es descendiente directo del profeta, ismaelitas, pues. Tienen una fuerte conciencia de la diferencia del islam que practican, se dicen tolerantes, poco rigoristas y fuertemente feministas: enseñanza bilingüe con inglés, becas para estudiar en el extranjero, doctorados. A un lado y otro del Panj iremos viendo las huellas de la fundación ismaelita. Los primeros edificios afganos de color, escuelas, el gran centro de Khorog, centros médicos, parques urbanos. Ali, pamirí e ismaelita, nuestro guía, no tiene dudas, es un entusiasta.


El sol ya está tras las montañas cuando nos hacemos fotos de amistad con los hermosos álamos, blancos, gruesos, enhiestos, del parque de Khorog, la capital del Pamir. Es un lugar de privilegio natural, a 2.200 m., un pequeño oasis que forma la confluencia de los deltas de los ríos Shakhdara y Gunt antes de encontrarse, a la salida de la ciudad, con el Panj. Bajo la aparente paz que transmite este hermosísimo enclave que se contempla desde el parque botánico que hay unos kms hacia arriba, el segundo más alto del mundo, aún arden las brasas de la guerra civil que enfrentó al Pamir y otras regiones contra la central de Dusambé. La región fue cerrada por el presidente Emomali Rahmon y la población tuvo que volver al trueque para salir del paso. De vez en cuando las brasas se convierten en hoguera y la ciudad se incendia como ocurrió en 2012, cuando un choque entre la guerrilla y el gobierno acabó en sangre derramada: al menos 40 muertos. El Aga Khan es el héroe de estas tierra. Sustituyó al Estado cuando este desapareció, les proporciona educación, sanidad y una religión amable y hasta un campus de la Universidad de Asia Central.

Ya ha aparecido la estrella vespertina, es la señal para la oración de la tarde para los ismaelíes. Los hombres trajeados y las mujeres con túnicas blancas se dirigen al imponente templo con su característica cúpula con cinco niveles. Es viernes y la calle de acceso está vigilada por guardias de seguridad. Nos quedamos con las ganas de visitarlo. Los vigilantes nos dicen amablemente que es día de plegaria. Todavía tarde en la noche desde la habitación del hotel veré a través de las ventanas de la sala de oración desfiles de jóvenes cuyo ritual me está vedado.

Por la mañana, a la salida de la ciudad, comprobamos que Khorog tiene un pista de despegue. Entre ella y el río pasean decenas de hombres y mujeres. Es sábado y muchos no trabajan. Junto al edificio que hace de terminal, poco más grande que un container, se agolpan decenas de coches esperando pasajeros en dirección a Dusambé o hacia arriba, hacia el altiplano. Dentro de uno, dos, tres, cinco años a esta ciudad la inundará el turismo. Esas casas que cuelgan sobre el Panj serán restaurantes para la clase media oriental, coreanos, tailandeses, indios.



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