jueves, 13 de junio de 2019

En el Aveiro




Y personas. No hay Camino sin personas, aunque si es rodando el encuentro se propicia menos que caminando. El hospitalero de Coimbra es serio, hasta hosco, rígido y normativo, marcando las horas de apertura y cierre, sus horas fijadas de atención al peregrino, pero echadas a andar las palabras lo que la hosquedad escondía era timidez, ganas de hablar y explicarse. Y así nos habló del camino portugués, de su origen en la rainha Isabel, de finales del siglo XIII, aragonesa, esposa del orondo rey Dionis que domina el Patio das Escolas. Su cuidado de enfermos, ancianos y mendigos, la construcción de hospitales, escuelas y refugios para huérfanos y numerosos conventos como el de Santa Clara donde reposa la hicieron santa. Y al enviudar peregrinó a Santiago, abriendo el Camino que estamos recorriendo. Se le veía con ganas de agradar, de dar valor a su trabajo. Nos enseñó la iglesia y el claustro, orgulloso de su trabajo, de su Coimbra, de Portugal.

Lourenço era otra cosa. Tiene un restaurante en Albergaria-a-Nova. Alguien te lo tiene que indicar porque no hay nombre, ni grafía, ni símbolo que indique a qué se dedica aquella casa vieja (a casa velha, fue la indicación) que en su fachada ha acumulado polvo de siglos, tan solo dos letreros señalando la dirección adelante de la carretera (Oliveira y Porto) y la dirección hacia atrás (Agueda y Coimbra). Las raciones son abundantes, aunque aceitosas y saladas, cocina su madre, una señora de muchos años, pero el vino entra bien, mejor sin gaseosa. Lourenço tiene muchas ganas de hablar, de todo, del campo, de animales, especialmente de caza. Hace excursiones a un coto de la Extremadura española. Y coge cariño a quien se presta a darle conversación incitándole a que vuelva a pasar por su restaurante sin nombre.

Albergaria-a-Velha

La comida abundante necesitaba reposo, pero en la siesta no pude descansar porque N me felicitó por mi santo, Santo Antonio, portugués de Lisboa y de Padua, con quien mantengo una larga amistad después de que en Padua, en su tumba, diera curso a un deseo que entonces ansiaba. Me lo concedió, le estoy agradecido, aunque fue un regalo a tiempo cumplido. Mientras N me felicitaba y manteníamos una larga y excitada conversación, le pedí otro deseo, no sé qué hará al respecto. N me gusta pero hay demasiadas barreras entre ella y yo. Luego conocí a la hospitalera de Albergaria-a-Nova, con un espléndido español de la Venezuela donde nació. De algún modo la emoción que mi cuerpo mantenía tras la charla con N la trasmití a la hospitalera. Notas cuando la química fluye, pero solo era eso, conversación. Nos llevó en su coche hasta el centro del pueblo, un pueblo sin nada, sólo la velha casa de Lourenço. Al albergue es amplio, cómodo, con muchos espacios a disposición.

A casa velha

Antes, la ruta entre Coimbra y Albergaria es un paseo agradable siguiendo el curso de ríos, atravesando puentes hermosos, en el Aveiro, la región central de Portugal, por pequeños pueblos, entre ellos Águeda, la capital de los paraguas, hasta llegar a la nada, que suelen ser lugares donde mejor se está, como Albergaria-a-Nova.



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