domingo, 12 de mayo de 2019

Thoreau, vecino de los pájaros (Walden)


No era tal mi morada, ya que al instante descubrí que era vecino de los pájaros, no por haber atrapado uno, sino por haberme enjaulado a su lado.

Considero saludable estar solo la mayor parte del tiempo. Estar acompañado, incluso por los mejores, pronto resulta fatigoso y nocivo. Me encanta estar solo. Nunca he encontrado un compañero tan sociable como la soledad. En gran medida estamos más solos cuando vamos acompañados de los demás que cuando nos quedamos en nuestra habitación. Un hombre que piensa o trabaja está siempre solo, dondequiera que esté. La soledad no se mide por las millas de espacio que separan a un hombre de sus semejantes.

Creo que me gusta la compañía como al que más y estoy dispuesto a aferrarme como una sanguijuela a cualquier hombre sanguíneo que se cruce en mi camino. No soy por naturaleza un ermitaño y podría sentarme con el más rudo parroquiano de un bar si mis asuntos me llevaran allí.

Otro verano no plantaré judías y maíz con tanto cuidado, sino, en caso de que no se hayan perdido, semillas como la sinceridad, la verdad, la sencillez, la fe y la inocencia, y comprobaré si crecen en este suelo incluso con menos esfuerzo y abono y si me sirven de sustento, ya que seguramente estas cosechas no se agotarán.

Por avaricia y egoísmo, y un hábito servil, del que ninguno está exento, de considerar el suelo una propiedad o el principal medio de adquirirla, el paisaje se deforma, la agricultura se degrada y el granjero lleva la vida más mezquina. Sólo conoce la naturaleza como un ladrón.

Al despertar, ya sea del sueño o de la abstracción, todo hombre tiene que aprender de nuevo los puntos cardinales. Hasta que no nos perdamos o, en otras palabras, hasta que no perdamos el mundo, no empezaremos a encontrarnos a nosotros mismos y a advertir dónde estamos y la infinita extensión de nuestras relaciones.

Un lago es el rasgo más hermoso y expresivo del paisaje. Es el ojo de la tierra; al mirar en su interior, el observador mide la profundidad de su propia naturaleza. Los árboles acuáticos de la orilla son las finas pestañas que lo bordean y las colinas boscosas y los acantilados que lo rodean sus salientes cejas.

Ese hombre sería capaz de llevar el paisaje y a su Dios al mercado si pudiera obtener algo a cambio; su Dios es el mercado, por eso va allí; nada crece libremente en su granja: sus campos no dan cosechas, sus prados no dan flores, sus árboles no dan fruto, sino dólares. No ama la belleza de sus frutos; sus frutos no están maduros para él hasta que se convierten en dólares. Dadme la pobreza que disfruta de la verdadera riqueza. Los granjeros se vuelven respetables e interesantes para mí en la medida en que son pobres, pobres granjeros.

Busca cobijo bajo la nube, mientras los demás corren a los carros y cobertizos. No permitas que tu trabajo sea una forma de ganarte la vida, sino tu diversión. Disfruta de la tierra, pero no la poseas. Por falta de iniciativa y fe los hombres están donde están, comprando y vendiendo y gastando sus vidas como siervos.

Mientras volvía a casa a través de los bosques con mi sarta de pescado, arrastrando mi caña de pescar y habiendo oscurecido del todo, vislumbré una marmota que se cruzó furtivamente en mi camino y sentí un extraño estremecimiento de placer salvaje, y me tentó cazarla y comérmela cruda, no porque tuviera hambre, sino por aprehender la vida salvaje que representaba.

A veces me gusta plantar los dos pies en la vida y pasar el día como un animal.

Independientemente de mis propias costumbres, no dudo que dejar de comer animales es parte del destino de la raza humana y de su mejora gradual, tan seguro como que las tribus salvajes han dejado la mutua antropofagia al entrar en contacto con las más civilizadas.

«Si el alma no es dueña de sí misma —dice Tseng-tse—, miramos sin ver, estamos a la escucha sin oír, comemos sin apreciar el sabor de la comida».

El Visnú Purana dice: «El anfitrión ha de sentarse al atardecer en el patio de su casa tanto tiempo como lleva ordeñar una vaca, o más si lo desea, para esperar a su invitado».

En cuanto a los sonidos de las noches de invierno y, a menudo, de los días de invierno, oía las notas desoladoras, pero melodiosas, de un búho que ululaba indefinidamente lejos, un sonido que la tierra emitiría si fuera pulsada con un plectro adecuado, la verdadera lingua vernacula del bosque de Walden, que llegaría a serme familiar, aunque nunca vi al ave mientras lo pronunciaba. Rara vez abría la puerta en una tarde de invierno sin oírlo: Hoo hoo hoo, hoorer, hoo se oía sonoramente.

Me gusta ver que la naturaleza está tan llena de vida que permite que sean sacrificadas miríadas y tolera que sean presa de otras especies; que la existencia de los organismos más tiernos sea serenamente aplastada como una pulpa, renacuajos devorados por garzas, tortugas y sapos reventados en la carretera ¡y que, a veces, llueva carne y sangre! Ante el riesgo de accidente, hemos de aceptar que apenas tiene importancia. La impresión que deja en un sabio es la de la inocencia del universo. El veneno no es venenoso ni hay heridas fatales. La compasión carece de fundamento. Habría de ser expeditiva. Sus ruegos no soportan ser estereotipados.

El universo es más amplio que nuestras ideas acerca del mismo.

"Vuelve tu mirada hacia ti mismo y encontrarás/
Mil regiones de tu espíritu/
Aún inexploradas. Recorrelas y serás/
Un experto en cosmografia doméstica"
(W. Habbington)

No llevaba allí una semana y mis pisadas ya habían trazado un sendero desde mi puerta a la orilla de la laguna y, aunque han pasado cinco o seis años desde que lo seguía, aún es visible. Es cierto, temo que otros puedan haberlo seguido y, de este modo, contribuido a mantenerlo despejado. La superficie de la tierra es suave e impresionable a las pisadas de los hombres y lo mismo ocurre con los senderos de la mente.

Que cada cual se ocupe de sus propios asuntos y se esfuerce en ser tal como fue hecho.

La noche siempre es oracular.

Una verdad cualquiera es mejor que un engaño.

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