Hay que tener suerte para que en plena ciclogénesis
explosiva, justo al poner pie a tierra desde el autocar dejase de llover. No
sólo eso sino que el día fuese aclarándose y terminase en el firmamento un sol
esplendente.
Los nubarrones estaban ahí, escondidos tras la montaña, en
las crestas de los montes Obarenes, algunas gotas cayeron, pocas, cuando
visitábamos Oña, y empezó a llover en serio cuando ya circulábamos de vuelta.
Antes de que la tormenta arreciase acabamos en Oña, en la casa del Parque de los Montes Obarenes.
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