martes, 27 de marzo de 2007

Slavoj Zizek

El País tiene una especial querencia por Slavoj Zizek. La hace largas entrevistas, reseñas, críticas elogiosas de sus libros, nos tiene al tanto de su incansable actividad. Zizek es uno de los pocos filósofos, por no decir el único, que mantienen las ideas de la izquierda, con honor y gallardía, utilizando una adjetivación antigua que viene bien a su filosofía, pero revestidas con ropaje moderno. Zizek produce una extraña fascinación, escribe bien, de forma desenvuelta, muy lejos de los aburridos viejos y nuevos leninistas, y sin desdeñar ningún tema de actualidad. Aunque sólo sea por sus adornos cultistas y el anecdotario sacado de la cultura popular que parece conocer al dedillo y por sus brillantes ideas, algunas verdaderas, otras falsas, ya merece la pena. Hace que el lector esté en continuo diálogo con él. Si bien esa tendencia al caso particular le hace caer en el pensamiento inductivo con ínfulas de universal. Y como suele suceder con ese método, la selección de ejemplos determina la conclusión que no es otra que la prefijada de antemano. Aunque su pensamiento ha ido evolucionando, no su radical marxismo leninismo, cultiva una retórica afrancesada que le lleva al cultivo de la paradoja, de la contradicción, del sentido oculto de las cosas, del inconsciente, entre la semiótica y Lacan, al que ha reivindicado como solución al impasse del pensamiento crítico de la izquierda, aún cuando él mismo se haga eco de aquella demoledora sentencia de Chomsky: “…mi opinión franca es que Lacan era un charlatán consciente, y se limitaba a jugar con la comunidad intelectual de París, para ver cuánto absurdo podía producir sin dejar de ser tomado en serio”. Así que sería mejor denominar su filosofía como marxismo lacanismo. Un ejemplo paradigmático de su proceder es cómo interpreta el famoso cuento de Andersen en el que el niño inocente señala que el emperador está desnudo. El valor del cuento no radicaría en la palabra inocente que nos libera de la hipocresía en que nos movemos, obligándonos a enfrentar la realidad de las cosas, tal como se interpreta normalmente, sino que con ese gesto liberador “hemos ido demasiado lejos, se ha desintegrado la comunidad de la que éramos miembros, “el parlanchín inocente” pone en marcha la catástrofe, al sacar a la luz lo que debe permanecer tácito para que conserve su consistencia la red intersubjetiva existente”. Viniendo de un filósofo que escribe en la Eslovenia poscomunista, parece que esté describiendo lo que allí ocurrió tras la caída del muro. Hay verdades que deben permanecer ocultas para que la comunidad permanezca, parece querer decir. El ideal, aun fracasado es superior a la verdad. Cómo lo justifica. Desaparecido el Estado socialista han vuelto los truhanes, dice, ha irrumpido el goce, en términos lacanianos, levantada la represión quedan sueltos los deseos poco democráticos, el nacionalismo y el racismo, dice tras las elecciones eslovenas ganadas por una coalición de populistas y nacionalistas. Con su estilo alegórico cuenta la anécdota del judío superviviente de Auschwitz que no quiere abandonar Polonia rumbo a Occidente. Necesita visitar de vez en cuando el campo se exterminio y detenerse ante un bloque de hormigón. “Él era como ese bloque de hormigón”, dice Zizek, “lo importante es volver ahí”. Así la izquierda ha de preservar la huella de todos los traumas que la ideología del fin de la historia prefiere obliterar. Ha de mantenerse firme, como el bloque de hormigón, Mantener la memoria de todas las causas perdidas. Frente al liberalismo que deja la responsabilidad en manos del hombre libre y consciente de sus actos, Zizek prefiere el mito de la causa justa, cree en la superioridad de la izquierda a pesar de sus evidentes fracasos, la comunidad unida en marcha hacia la sociedad ideal.

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Nota al pie. 1. Yo que tú leería este texto. Introducción al libro de Richard Dawkins, El espejismo de Dios.

2. Dice Jiménez Losantos, en la presentación de su último libro en Sevilla, que cada mañana "fusilaría" a dos o tres voces que le "sacan de quicio", ya que "estamos en un país en el que la derecha española bla, bla, bla… Ay, no, no ha sido Jiménez Losantos, que ha sido Almudena Grandes, presentando su última obra 'Corazón helado'. Lo siento.

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