La segunda parte de la búsqueda del joven Perceval consistirá en recuperar con dolor aquello que ha perdido, pero esa no es fácil cuestión. El cáliz aparece y desaparece, no se entrega a quien lo busca sino a quien es digno de él. Todo queda en el aire, porque al novelista le alcanzó la muerte sin llegar a su fin. El fin de la búsqueda del Grial parece que es no tener fin.
El sabio francés remarca que la novela es medieval y sólo medieval, pero supone que su atento auditorio está aquí para algo más que para saber lo que ya sabía. Así que viene al siglo veinte para buscar un sentido a todo aquello. Parece desdeñar la interpretación antropológica de Levi-Strauss, Perceval como un Edipo invertido, en este relato de formación del héroe. La novela ofrecería una respuesta sin pregunta –el silencio de Perceval-, frente a la pregunta sin respuesta –el enigma de Edipo. Perceval reprimido hasta la castidad, como contrafigura de Edipo que abusa de la sexualidad llegando al incesto. No, el erudito prefiere buscar un sentido más accesible en una filósofa judía que quería ser cristina sin tampoco alcanzar su fin. Simone Weil, que murió de hambre porque decidió correr la misma suerte que los judíos en los campos, comiendo cada día su misma ración. El mensaje contenido en la búsqueda del Grial no sería pues la pureza de ese objeto, sea una patena latina o un vaso litúrgico bizantino, contenga una hostia o la sangre de Cristo, recogida por José de Arimatea. Es el mensaje de caridad que aparece en el prólogo del libro de Chrétien de Troyes y en la filosofía de la atención. La pregunta adecuada, al encontrar a otros en el camino, no es la que a mí me interesa sino la que al otro le pude interesar. ¿Qué te atormenta?, es lo que Perceval debía de haber preguntado a la dama sorprendida, al melancólico Arturo o al triste rey Pescador. La búsqueda del Grial es la búsqueda de uno mismo, un viaje al interior, la conversión de la voluntad en atención a los demás. ¿Acaso no era ese el sentido que buscaban los oyentes del erudito francés?
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