miércoles, 31 de enero de 2007

El Esoterismo del Grial

Otra vez sala llena y agotadas las localidades para una conferencia en que el profesor Franceso Zambon, de Trento, habla en italiano sobre El Esoterismo del Grial. Los best sellers recientes, como el Código da Vinci de Dan Brown, han popularizado entre el gran público una versión esotérica del Grial en el que predomina la idea de un saber secreto transmitido por un puñado de elegidos agrupados en sectas cuyo conocimiento transmite un poder sobre la vida y la salvación eterna. La realidad de la tradición literaria es algo diferente y en ella se mezclan la búsqueda espiritual del héroe y la del recipiente sagrado. El mito del Grial como cáliz sagrado nace en un autor medieval, Robert de Boron, o de Beron, de finales del siglo XII, que en un par de poemas Joseph d'Arimathe y Merlin lo asocia por vez primera a la simbología cristiana. De acuerdo con de Boron, José de Arimatea habría recogido en la copa de la última cena la sangre que Jesús de Nazaret derramó en la cruz. El propio Cristo resucitado visitaría a José de Arimatea en la cárcel en que le confinaron los judíos. A partir de de Boron se crearía una tradición en la que se inscriben corrientes filosóficas, literarias y esotéricas. Para éstas, José de Arimatea no sólo habría recogido la sangre de Cristo en el Grial, también un saber secreto transmitido por el propio Cristo, que no consta en los Evangelios, y dirigido a una serie de elegidos organizados en sociedades secretas, como los rosacruces, un saber que contiene el secreto de la vida eterna. Pero hay una corriente iniciática, más espiritual. Para ella el Grial se relaciona con una serie de símbolos que lo ponen en contacto con una sabiduría que recoge tradiciones antiguas en las que coinciden religiones y saberes gnósticos. Alcanzaría una gran repercusión en el Parsifal wagneriano y en los años 30 del siglo XX reviviría en la obra de autores marginales, entre la filosofía y el esoterismo, como Rene Guenon, Julius Evola, Henry Corbin o Mircea Eliade. Para estos autores el Grial entroncaría con un saber esotérico primordial, el grial sería el símbolo de la realización espiritual, una iniciación, un viaje espiritual, una realidad esotérica que el mundo moderno es incapaz de entender, como sí lo podía hacer el medieval.
La asociación de la simbología cristiana a las corrientes esotéricas que aparece en Robert de Boron tendría algunas fuentes anteriores, en los evangelios gnósticos, especialmente el de Nicodemo y el de Tomás, en algunos libros de la liturgia bizantina, en los que el cáliz, la patena y el corporal rememoran la piedra del sepulcro, el sudario o la mesa de la última cena, y en la patrística cristiana, casos de Clemente de Alejandría y Orígenes. Clemente distinguía entre un saber exotérico, al que tienen acceso los simples y que se da por escrito (los Evangelios) y un saber esotérico al que sólo tienen acceso los perfectos, que se transmite por vía oral por una cadena o cofradía de hombre a hombre, el de la tradición gnóstica. Ese saber viene de antiguo y los propios filósofos griegos lo conocían y lo enseñaban de forma oral. Esa tradición se vería interrumpida cuando en el Concilio Lateranense IV, en la condena de albigenses y cátaros, la Iglesia opta por definir los dogmas y afirmar, por ejemplo, que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, en el pan y el vino, dejando así acotados esos símbolos para siempre.

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