El ciclo sobre literatura artúrica comenzaba con el primer libro de Chrétien de Troyes dedicado al Grial, El Cuento del Grial, y acaba con la última ópera de Wagner, que es la apoteosis del Grial. Cualquier adolescente puede comprender la sencilla trama e infectarse de los altos ideales exhibidos en este Parsifal. En el castillo de Monsalvat, en la España septentrional, donde vive la cofradía de los piadosos caballeros templarios custodios del Grial, se ha producido un entuerto, uno de ellos ha robado la sagrada lanza, compañera del Grial, hiriendo de incurable herida a Amfortas hijo del guardián de la copa sagrada. Sólo un caballero puro y casto podrá solucionar el problema. Ese es Parsifal. La historia, tomada del Parzival de Wolfram von Eschenbach cambia algunas cosas, que el Grial ya no es una piedra, por ejemplo, sino la copa de la última cena, y sobre todo la orientación definitivamente religiosa y católica que ha tomado todo el asunto. Wagner definió su ópera como un "festival escénico sagrado" e incluso dejó ordenado que sólo se representase en Bayreuth en viernes santo. Parsifal, hijo simple y algo salvaje de Herzeleide, se presenta en el castillo con toda su ruda simpleza, defraudando las esperanzas de Gurnemanz que esperaba a quien pudiese restaurar el orden. Parsifal erra por el mundo, es tentado por jóvenes y bellas mujeres, pero sólo el beso de Kundry, después de su purificación, durante el viernes santo, lo despertará, conocerá su nombre y comenzará a saber qué se espera de él. Imbuido de compasión, Parsifal, se siente el nuevo redentor y él mismo pide ser investido rey. Gurnemanz por fin lo reconocerá como el esperado y lo ungirá rey del Grial, con lo que todo volverá a su sitio.
No se puede ver esta ópera sin situarla en el contexto posromántico alemán que ante las exigencias de claridad del racionalismo y los temores que trae la industrialización opta por sumirse en las brumas de los mitos medievales. No es osado preguntarse qué pasó algunas décadas después con aquella o aquellas generaciones que fueron educadas en esos ideales de pureza y simplicidad. Ya Nietzche se lo reprochó a Wagner ("Wagner cae de rodillas ante el Dios cristiano"), aunque el músico intentó abrigarse con ropajes budistas, a través de Schopenhauer, buscando una profundidad que no aparece por ningún lado. Es risible que dijese no gustar de la ópera italiana por su ligereza, lo alemán, evidentemente es más profundo. La ópera es larga para contar tan poca cosa, intentando quizá sumir al espectador en un ambiente de comunión mística, al que llega no por el convencimiento racional sino por la atmósfera musical propia del posromanticismo. Es incríble que Wagner alabe en una carta el desdén del rey racionalista, Federico el Grande, por el Parzival de Wolfram y al mismo tiempo achaque al maestro cantor su incomprensión por el simbolismo del Grial. Sólo Wagner, claro está, sabe lo que significa y está dispuesto a convertir su ópera en un acto de trascendencia mística.
Nota al pie. Los intelectuales de Ciutadans crean una plataforma de opinión. "L’Associació no es planteja objectius polítics sinó ser un punt de trobada entre ciutadans constitucionalistes de qualsevol ideologia. La ciutadania catalana i espanyola, conta, en aquest moment, amb dos tribunes, una d’opinió i una altra d’acció, per continuar desenvolupant l’esperit del primer i segon manifest".
lunes, 26 de febrero de 2007
El Parsifal de Wagner
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