Los personajes parecen ir
saliendo de los cuadros, pinturas de la época de George III (1760 – 1820): paisajes
de la campiña inglesa, interiores de los castillos nobiliarios, retratos en
grupo o en primer plano, diurnos y nocturnos, escenas de ejércitos combatiendo.
La película es una sucesión de cuadros de un museo del XVIII: Hogarth, Gainsborough,
Sir Joshua Reynolds, John Constable.
Vestimentas conseguidas
en anticuarios o recreadas con fidelidad y escenografías meticulosas, luz
exacta sacada de las propias pinturas, la natural que entra por las ventanas o
la producida por las velas en los interiores, captadas con las mejores lentes del
momento. Kubrick quiso reproducir con exactitud esa parte del siglo XVIII. Hay
miles de anécdotas de la película y de su rodaje de 300 días.
La historia la conocemos
porque la hemos leído muchas veces, la del arribista que llega a lo más alto,
pero a quien su ambición le pierde. Un duelo al comienzo de su aventura y otro
al final marcan su vida. El ejército inglés, el prusiano, una pequeña intriga
en los palacios de Berlín, y un matrimonio de conveniencia para acceder a lo
más alto de la estratificada sociedad inglesa.
La novela de William
Tackeray, que refleja la vida de la nobleza europea del XVIII, la llevó Kubrick
a la pantalla en 1975 con una obsesión que exasperó a los directores de
fotografía e hizo enfermar a actores y extras por la larga exposición a los
elementos. Hay que reservar 3 horas para verla en casa a ser posible en
pantalla grande y con buen sonido. Pues tanto como el festín visual cuenta la
música.
Recuerdo que tras verla
(en España se estrenó un año después) en el cine acudí a comprar el disco - de
vinilo, no había otro - para escuchar aquellas melodías que tanto me habían gustado:
Händel (la sarabande volvía a mi cabeza durante años), Haydn, Schubert, Vivaldi,
Bach, Mozart, Federico II el Grande y The Chieftains para la música folclórica
irlandesa.
Hace pocos días se cumplían
los 50 años del estreno de la película. Que mejor día para verla que una de estas
tardes tontas de Navidad. En Arte,
el canal Franco alemán, ponen un concierto en una sala sinfónica de París que
homenajea a la película con esas músicas. El concierto me recordó la película de
aquellos días en que yo era tan joven.
"Kubrick
hizo algo más que recrear el siglo XVIII; lo resucitó. La película es una
máquina del tiempo construida no con nostalgia, sino con una fidelidad casi
antropológica a la textura de la vida: la viscosidad de la cerveza, la palidez
cerosa de la aristocracia, la brutalidad de la guerra como un trabajo frío y
húmedo. Es el pastoreo de Gainsborough hecho carne, pero sin el
sentimentalismo. Captura la estructura del sentimiento de la época: su
hipocresía, su violencia subyacente y su deslumbrante belleza material." (Simon
Schama, historiador).

