«Tenía la música clásica en mente mientras creaba el álbum. Durante todo el proceso, escuché mucha música clásica... El álbum está dividido en cuatro movimientos, lo que, para mí, fue muy útil en su construcción.
El primer movimiento habla de la pureza y su pérdida. El segundo trata de la gravedad, la relación con el mundo, la parte más mundana. El tercero representa la gracia, la amistad con Dios. Y el último movimiento trata de las despedidas, de decir adiós y, en cierto modo, de volver». (Entrevista a Rosalía en France Inter)
«Lux», el nuevo álbum de Rosalía, «resulta ser un giro radical que se aleja de la lógica de la economía del pop, en la que las canciones compiten por proporcionar el mayor placer al mayor número de personas» (Kelefa Sanneh. The New Yorker).
Anoche antes de darme al sueño escuché entero el álbum siguiendo el texto en la pantalla. Me dejó bastante frío, salvo unos pocos picos emocionales. (Ya sé que este disco no es para mí). El texto, pensé, es el de una postadolescente que avizora el mundo de los adultos sin acabar de desprenderse de la nebulosa postinfantil. (Me falta, claro está, escucharlo en bucle, sin pantalla, dejándome llevaron por la sola música).
Me asombran todos esos adultos que ven en los anacolutos de Rosalía una confirmación de sus creencias, como si fuese una profetisa de la vuelta a Dios, tan necesitados están de actos de fe (de personajes famosos), ya que nunca hallarán las pruebas.
He visto en redes el éxtasis eufórico de los militantes religiosos tras la aparición del álbum. Un cura desgranaba una a una las referencias teológicas de Rosalía como si cada canción fuese el anuncio de una nueva buena nueva.
"Si no tuviera una carrera musical, probablemente estaría en la universidad estudiando teología", (Rosalía).
Cosas que he leído: Es un disco compuesto en el cielo y cantado desde el infierno; es una misa experimental; un soundtrack de redención, dónde se juntarían el desengaño amoroso y la iluminación divina; Rosalía es una enviada de Dios; es la percepción de Dios y el universo experimentándose a si mismo; En «Lux», Rosalía traspasa los límites de la música pop.
"Es un disco concebido como una obra de arte y creado como un acontecimiento, una reivindicación luminosa de la canción popular con arreglos modernazos y una reflexión lúcida del presente". (Pablo Gil en El mundo)
El único tema que me ha llamado la atención y que aplaudo es el que ha dado a conocer el álbum: Barghain. Voz, inventiva, soporte técnico, con el añadido de la gran agrupación orquestal.
El interés que tiene, para mí, Lux es todo lo que se ha generado alrededor, las expectativas, el marketing, la creatividad de la época y, por encima de todo, Rosalía como síntoma del malestar de un par de generaciones. Un malestar que quizá no sea diferente del de cualquier otra época. La diferencia está en la expresión: el decorado con que cada momento histórico adorna las grandes cuestiones que se repiten. A veces las tintas se cargan sobre el lirismo y la subjetividad, el modo romántico de afrontar la vida. Otras épocas prefieren la seriedad del razonamiento que desdeña las heridas en la piel. En sus momentos más marcados ambas pueden ser muy plastas.
Después de unas cuantas décadas regadas por el cinismo de la deconstrucción que ha acabado en nihilismo - nada es verdadero: hay que levantar el velo de las fuerzas oscuras que nos gobiernan - el péndulo gira hacia el lirismo, que es otra forma de ocultación: "El regreso de la fe" - eso han dicho -; existe el misterio que no se puede desvelar, pues en la imposibilidad de comprenderlo está el valor de la auténtico. En fin.
Una crítica profesional en The Guardian.


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