jueves, 29 de noviembre de 2018

The children act (La ley del menor)




              Todo está en esta película, The children act, traducida tontamente como El veredicto, que adapta la anterior novela de Ian McEwan (La ley del menor, en Anagrama), con guión del propio novelista, la juez severa, sus problemas matrimoniales, su idea concienzuda de la administración de justicia, el chico inteligente, ingenuo, guapo, con una grave enfermedad, leucemia, que necesita con urgencia una transfusión de sangre pero que, menor de edad, sus padres, Testigos de Jehová, se niegan a autorizar, la razón encarnada en el progreso que vela por el bienestar de cada individuo y la razón de la fe determinada a sustentar valores superiores que trascienden costumbres, leyes y acuerdos sociales. Y está también ese algo más que la vida de los afectos exige, la humanización de la justicia, que la juez está dispuesta a conceder, en contradicción con lo que está sucediendo en su vida privada, y el caso particular del chico, atrapado entre la ceguera de sus padres y el amor a la vida, que en un instante pasa de ser menor a mayor de edad, joven inteligente, cogido por el arte (en poco tiempo aprende a gozar de la música gracias a una guitarra que cae en sus manos), que cree en la vida afectiva más allá de la ley y de la fe, poniendo con ello en contradicción trágica a sus padres y a la juez progresista. 

               Todo eso está, McEwan no se ha dejado nada en los trastos del guión, y también la actuación de Emma Thompson (la juez Fiona Maye), sobre quien descansa la película entera, pero no es como la novela, no tiene su intensidad, no prende en el lector convertido en espectador. Ni siquiera el momento climático, cuando la juez canta con el chico a la guitarra la canción, Down by the Salley Gardens, basada en un poema de Yeats, la música y la poesía como vehículos de la emoción y sentimientos por encima o por debajo de la formalización de la vida, sabe el director trasladarlo a imágenes poéticas. A qué se debe, quizá a que una película no tiene la pausa de la lectura, a que el director no ha medido bien los tiempos o quizá a que lo que ya en la novela era una tendencia a la abstracción, a resumir las grandes cuestiones tanto morales como de la vida de los afectos en unas pocas frases, en la película se haya esquematizado más, tantas cosas que confluyen es la fabricación de una obra de arte que pocas veces esta aparece ante nuestros ojos.


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