George
Simenon tenía 67 años cuando escribió este breve libro. Su madre
91, cuando murió, en diciembre de 1970. Después de una vida de
separación entre madre e hijo, Simenon acude al hospital donde su
madre agoniza. Durante ocho días acude a esa habitación, donde no
hay más que un testigo mudo y hierático, una monja que asiste
impasible a la agonía. La madre apenas le dirige alguna frase, el
saludo inicial y poco más: «¿Por qué has venido, hijo?», le
suelta, frase que crea la atmósfera del relato. Simenon fue un
grafómano, sus obras completas ocupan 27 volúmenes, escribió cerca
de 220 novelas, cientos de cuentos, libros de memorias, cartas. Hay
más de 50 películas basadas en sus obras y varias series de tv
sobre el comisario Maigret. Un autor de éxito en vida, en todos los
idiomas. Cuando escribe esa carta está a punto de dejar de escribir
novelas, quizá como consecuencia del tumor benigno que se ha
desarrollado en su cerebro, y domina el arte de la narración, de los
sentimientos expresados literariamente. Todo eso hay que tener en
cuenta al leer este pequeño relato de no más de 100 páginas.
Es
poco lo que Simenon sabe de su madre, aduce que les separan más de
cincuenta años de relaciones mínimas, desde que se fuera de su
Lieja natal. Con los pocos datos que recuerda de la familia de su
madre, una familia empobrecida que marcará la psicología de la
madre; de su padre, una figura fantasma aunque benigna en estas
páginas; de su extensa familia, primos, tíos, hermanos, hijos; del
segundo matrimonio de su madre, tras la temprana muerte del padre,
por el que pasa sobrevolándolo, con todo esdo va construyendo el
relato y la vida de la madre, una mujer que se guarece en la casa
familiar y cuya única aventura es alquilar habitaciones a jóvenes
estudiantes de paso por la ciudad. A eso añade algunos breves
episodios para marcar el carácter de la madre, el más significativo
la bolsa con monedas de oro, los ahorros de una vida humilde,
que entrega a sus nietos, los hijos de Simenon, así como un sobre
con el dinero que su hijo le había ido enviando como ayuda para
vivir algo más desahogada. El carácter de la madre habría estado
determinado por el miedo a vivir una vejez menesterosa. En cuanto al
hijo, parece un hombre como cualquier otro, que una vez se ha ido de
la casa familiar hace su propia vida y lo que ha dejado atrás le
importa relativamente poco. Los ocho días de agonía de la madre le
dan ocasión de recordar y de escribir, como si el autor no perdiese
cualquier circunstancia para convertirla en relato. La relación con
la madre ha sido distante y fría y lo sigue siendo en ese breve
encuentro y despedida. No hay una conversación, una caricia, un
beso. La conciencia de culpa por la mutua desatención es mínima y
hasta la frase inicial de la madre, «¿Por qué has venido, hijo?»,
parece más un recurso literario que el inicio de una introspección.
Esta es la despedida que el hijo escritor famoso concede a la madre:
“Como ves, madre, no tengo nada que reprocharte y no te reprocho nada. Seguiste el curso de tu vida con una fidelidad extraña, si no extrañísima, a tu objetivo.Lo has conseguido. Tal vez por eso, en tu cama del hospital, tu mirada es tan serena, por eso también pasa a veces por ella un destello de ironía.Vulgarmente, podríamos decir:—¡Se la has pegado a todos!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario