" Están allí tocando música. (Oía en la distancia, al
otro lado de la puerta, fragmentos de voces y algún ritornelo). Les da lo
mismo, pero también ellos se morirán. Idiotas. Yo primero y ellos después.
También les tocará a ellos. Y, sin embargo, allí están tan contentos.
¡Animales!». Se ahogaba de ira. Y la angustia que le atormentaba se volvía
insoportable por momentos. No era posible que todo el mundo, siempre, estuviera
condenado a ese miedo atroz."
"El ejemplo del silogismo que había
aprendido... 'Cayo es un hombre. Todos los hombres son mortales. Luego Cayo es
mortal', le había parecido siempre correcto, pero solo con relación a Cayo, en
ningún caso aplicado a sí mismo".
Tolstói
con esta novela se adelanta a Martin Heidegger en la perspectiva del hombre
como ser para la muerte. El individualismo entona su canto del cisne. Cuando
uno piensa que nada importa salvo uno mismo, la conclusión es que el arrebato
romántico sobre sí mismo acaba en la muerte. Nada salva, ni el empeño más
sublime.
Ese
es el tema de la novela. El fin de la vida de un hombre, de cualquier hombre,
de Iván Illich. El comienzo habla de lo que a los demás importa la muerte de uno:
el partido que pueden sacar de su muerte, el enojoso momento de la despedida,
el desagrado de la contemplación de un cadáver que desprende mal olor, los
inconvenientes de ese día, llegar tarde a una cita, no poder hacer lo
programado.
Lo
que sigue es el resumen de una vida contemplada desde el lecho mortuorio. Las
circunstancias en las que uno nace y su adaptación a ellas. Los buenos
propósitos, la pérdida de la inocencia. Si los sistemas corporales se van
degradando, también lo hace nuestra estructura moral. Pudimos ser buenas
personas, pero la vida rutinaria hace de nosotros seres rutinarios en una gama
de posibilidades, desde el hombre común sin atributos al malévolo. Para
nosotros, los demás - la mujer, los hijos, los amigos, los compañeros - se
convierten fácilmente en intrigantes o malvados. Creíamos estar acompañados,
pero la triste verdad asoma, nadie nos acompañará en el último viaje. Aunque,
como nos ocurrió a lo largo de la vida, creamos en una lucecita que hace menos
oscura la noche.
La
redacción de La muerte de Iván Ilich siguió a la crisis espiritual que el
autor sufrió al cumplir los 50 años. La publicó en 1886, con 58. Probablemente
la escribió al mismo tiempo que El Evangelio abreviado (publicada en
1890), donde Tolstói ofrece su particular versión de los evangelios. A partir
de los cuatro canónicos hace su versión personal, eliminando los elementos místicos
y dogmáticos y las referencias a la divinidad de Jesús, mostrándolo como un
maestro cuyo mensaje es el amor al prójimo, el ascetismo, el trabajo manual y
la resistencia al mal mediante la no violencia. La Iglesia Ortodoxa Rusa lo
excomulgó en 1901. La obra tuvo una profunda influencia en la crisis que el
filósofo Ludwig Wittgenstein sufrió mientras la leía en las trincheras de la
Primera Guerra Mundial.
Para
completar su trilogía espiritual hay que mencionar la última obra que escribió,
Hadjí Murat (entre 1896 y 1904), con 82, años. Murió en 1910. Hay una
buena película que relata sus últimos años, La última estación (2009).
“Bajó las piernas, se echó de costado, sobre el
brazo, y sintió pena de sí mismo. Esperó solo a que Guerásim pasara a la
habitación contigua e, incapaz de contenerse más, se echó a llorar como un
niño. Lloraba por su impotencia, por su espantosa soledad, por la crueldad de
los hombres, por la crueldad de Dios, por la ausencia de Dios”.
“¿Por qué has hecho todo esto? ¿Por qué me has
llevado a esta situación? ¿Por qué me has enviado unos tormentos tan horribles?
¿Por qué...?”.

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