martes, 9 de diciembre de 2025

Dominio, Tom Holland

 


 

He aquí un proyecto ambicioso, capturar la esencia del cristianismo en sus 2000 años de historia. Y una tesis fuerte: el cristianismo es el humanismo. Tardó en apoderarse de Occidente, aunque nació en Oriente. Contó casi al principio con una mente brillante, Pablo de Tarso, que orientó a la comunidad cristiana, señalando el mensaje y convirtiéndola en universal: el cristianismo no nacía como secta dentro del judaísmo, sino que su vocación era universal. Pablo llevó a toda la humanidad la buena nueva de que los mandamientos de Dios estaban escritos en sus corazones (primera revolución).

 

El poder romano lo vio como el cemento del Imperio y lo asoció al Estado. Un arma de doble filo, pues gracias al Imperio se hizo universal, pero a cambio le costó desembarazarse de los poderosos para atender a aquellos para quienes había nacido, los humildes y desheredados, algo que solo ocurrió en el siglo XI con la reforma gregoriana del Papa Gregorio VII, cuando el cristianismo se purifica y se convierte en religión independiente del Estado, afirmando un poder superior al temporal, puesto que la iglesia fue creada por Dios. (Segunda revolución).

 

La lucha entre la secularización y la pureza ha estado presente en toda la historia del cristianismo. Dos agustinos están en el origen de la tercera gran revolución cristiana. El primero Agustín de Hipona que antes que Gregorio ya propuso la separación de la ciudad celeste de la secular. Y el siguiente un fraile alemán, Martín Lutero que ante las tendencias seculares de la iglesia del Vaticano puso la lectura de los Evangelios al alcance de cualquiera y la vuelta a la fe como la brújula del cristiano, pues solo la fe salva.

 

La cuarta revolución aparentemente destruye al cristianismo cuando Nietzsche proclama la muerte de Dios. El secularismo, una vida sin religión, ha triunfado. Lo que el autor defiende es que eso no ha ocurrido sino más bien al contrario, las ideas, el modo de vida y la moral cristiana ha permeado la mentalidad de Occidente: los seres humanos tienen derechos, nacen iguales, se les debe sustento, cobijo y refugio y protección frente a la persecución. Verdades que no fueron nunca evidentes, pero que Occidente asumió como suyas a través de sus filósofos y místicos y luego de sus juristas hasta organizar estados basados en ellas. La retirada de la fe cristiana no parece implicar necesariamente la desaparición de los valores cristianos.


Aquella broma de los Monthy Pyton que preguntaban qué debemos a los romanos, para responder con una lista de consecuciones prácticas evidentes que están en nuestra vida sin que reparemos en ellas, la traslada Tom Holland al cristianismo, para fijarse en la organización mental y moral que organiza nuestra vida social. El cristianismo ha transformado el mundo. Hoy es evidente en Occidente, pero también lo está haciendo en África y Asia.

 

“El cristianismo es una filantropía que se difunde. Necesita propagarse perpetuamente para demostrar su autenticidad”. (David Livingstone sobre la propagación del cristianismo en África)

 

En Dominio, Cómo el cristianismo dio forma a Occidente, Holland traza la línea de liberación de la conciencia del hombre para salir de la oscuridad, que va de Pablo de Tarso a Lutero, de Gregorio VII a los philosophes como Voltaire, y los revolucionarios de 1789, un Voltaire que siendo ateo proclamaba la necesidad de religión, asumiendo los valores cristianos (“Vosotros, hermanos, fuisteis llamados a ser libres”, había escrito Pablo), una actitud reformista que va de la lucha de los cuáqueros contra la esclavitud hasta Martin Lutero King y su combate pacífico en pro de los derechos civiles de los negros.

 

«Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos», nos recuerda que había sido la orden del legado papal contra los albigenses asediados tras las murallas de Béziers. Holland no oculta el lado oscuro de la historia de la Iglesia. Que el cristianismo sea un suceso histórico, no le resta validez a cómo ha dado sentido al vivir. La cristiandad, con sus luces y sus sombras, ha sido el modo más feliz - quizá el menos infeliz - de organizar la vida de los hombres desde que tenemos noticia. Lo que no le concede plenos poderes para apoderarse de la eternidad. Eso es lo que nos quiere transmitir Holland en Dominio.

 

En repetidas ocasiones, fuera irrumpiendo en los canales de Tenochtitlán, asentándose en los estuarios de Massachusetts o adentrándose en el Transvaal, la confianza que había permitido a los europeos creerse superiores a aquellos que desplazaban derivaba del cristianismo. Sin embargo, una y otra vez, en la lucha por hacer rendir cuentas por esta arrogancia, había sido el cristianismo el que había provisto a los colonizados y los esclavizados de su altavoz más seguro.

Cuando el dominio británico llegó a su fin y la India consiguió la independencia lo hizo como una nación secular. Resultó que no era necesario que un país se convirtiera al cristianismo para que empezara a verse a sí mismo desde una óptica cristiana.

En un país saturado de creencias cristianas como Estados Unidos, no había forma de escapar a su influencia, ni siquiera para aquellos que imaginaban haberlo hecho. Las guerras culturales estadounidenses eran menos una guerra contra el cristianismo que una guerra civil entre facciones cristianas.

La retirada de la fe cristiana no parecía implicar necesariamente la desaparición de los valores cristianos. Al contrario. Incluso en Europa —un continente cuyas iglesias están mucho más vacías que las de Estados Unidos—, los vestigios del cristianismo seguían impregnando la moral y las creencias de la gente hasta tal punto que muchos ni siquiera percibían su presencia. Como partículas de polvo demasiado finas para distinguirse a simple vista, todo el mundo las respiraba por igual: creyentes, ateos y aquellos que ni siquiera se habían parado jamás a pensar sobre religión.

 

Una buena lectura para el periodo navideño, combinada con Lux de Rosalía y la película Los domingos.

 


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