jueves, 25 de diciembre de 2025

Barry Lyndon

 

 


Los personajes parecen ir saliendo de los cuadros, pinturas de la época de George III (1760 – 1820): paisajes de la campiña inglesa, interiores de los castillos nobiliarios, retratos en grupo o en primer plano, diurnos y nocturnos, escenas de ejércitos combatiendo. La película es una sucesión de cuadros de un museo del XVIII: Hogarth, Gainsborough, Sir Joshua Reynolds, John Constable.


Vestimentas conseguidas en anticuarios o recreadas con fidelidad y escenografías meticulosas, luz exacta sacada de las propias pinturas, la natural que entra por las ventanas o la producida por las velas en los interiores, captadas con las mejores lentes del momento. Kubrick quiso reproducir con exactitud esa parte del siglo XVIII. Hay miles de anécdotas de la película y de su rodaje de 300 días.

 


La historia la conocemos porque la hemos leído muchas veces, la del arribista que llega a lo más alto, pero a quien su ambición le pierde. Un duelo al comienzo de su aventura y otro al final marcan su vida. El ejército inglés, el prusiano, una pequeña intriga en los palacios de Berlín, y un matrimonio de conveniencia para acceder a lo más alto de la estratificada sociedad inglesa.

 

La novela de William Tackeray, que refleja la vida de la nobleza europea del XVIII, la llevó Kubrick a la pantalla en 1975 con una obsesión que exasperó a los directores de fotografía e hizo enfermar a actores y extras por la larga exposición a los elementos. Hay que reservar 3 horas para verla en casa a ser posible en pantalla grande y con buen sonido. Pues tanto como el festín visual cuenta la música.

 


Recuerdo que tras verla (en España se estrenó un año después) en el cine acudí a comprar el disco - de vinilo, no había otro - para escuchar aquellas melodías que tanto me habían gustado: Händel (la sarabande volvía a mi cabeza durante años), Haydn, Schubert, Vivaldi, Bach, Mozart, Federico II el Grande y The Chieftains para la música folclórica irlandesa.

 

Hace pocos días se cumplían los 50 años del estreno de la película. Que mejor día para verla que una de estas tardes tontas de Navidad. En Arte, el canal Franco alemán, ponen un concierto en una sala sinfónica de París que homenajea a la película con esas músicas. El concierto me recordó la película de aquellos días en que yo era tan joven.

 

"Kubrick hizo algo más que recrear el siglo XVIII; lo resucitó. La película es una máquina del tiempo construida no con nostalgia, sino con una fidelidad casi antropológica a la textura de la vida: la viscosidad de la cerveza, la palidez cerosa de la aristocracia, la brutalidad de la guerra como un trabajo frío y húmedo. Es el pastoreo de Gainsborough hecho carne, pero sin el sentimentalismo. Captura la estructura del sentimiento de la época: su hipocresía, su violencia subyacente y su deslumbrante belleza material." (Simon Schama, historiador).

 


No hay comentarios: