martes, 23 de diciembre de 2025

Una batalla tras otra

 



Estos son días en que se hace recuento de las mejores películas, los mejores libros, las mejores series. También debería hacerse recuento de las mejores y peores acciones. Acaba de llegar al streaming una de las consideradas mejores cintas (¿todavía alguien lo dice así?) del año, Una batalla tras otra. Paul Thomas Anderson es uno de los directores que siempre está ahí, al menos, en mi caso, desde Magnolia, aquella película en que llovían ranas (recuerdo salir del cine entusiasmado). Un director en busca de la complejidad. En su cabeza bulle la historia del cine con la voluntad de ser uno de sus eslabones necesarios. Dejar huella, marcar rumbo. En eso se parece al recientemente fallecido David Lynch. Viendo Una batalla tras otra me venían imágenes de las películas de David Lynch. El problema de uno y otro es que se pierdan en sus mundos fantásticos, alejándose de la realidad. Las obras grandes son las que no desconectan. 

 

Después de Magnolia vinieran películas como Pozos de ambición, The Master, El hilo invisible (Phantom Thread) o Licorice Pizza, todas con el mismo defecto ‘genérico’, hechas para agradar a los críticos de cine, para llevarse premios, un mundo por encima del real, sin anzuelo que lo enganche.

 

Ese, creo, es el problema de Una batalla tras otra. Así como hay un género en la literatura, el literario (escribir bonito), también lo hay en el cine, el fílmico o el cinematográfico: autorreferencial. En Una batalla tras otra hay grandes actores representando a personajes, desde mi punto de vista, sin hondura, es el caso de los tres más famosos: Leonardo DiCaprio, Sean Penn o Benicio del Toro, personajes que no encuentran correspondencia en la realidad y sin evolución, es decir, caricaturescos.

 

Es un thriller con mucha acción, muy entretenido - la película se ve sin decaer la atención -, pero sin que te sientas implicado emocionalmente. Las referencias a la realidad son de cartón piedra: el grupo revolucionario de los 70 con que comienza la película aparece sin contexto. Las referencias posteriores al racismo o la inmigración como situadas en otro planeta. Mucha gente se ha quedado con la secuencia final de la persecución de coches en la carretera ondulada que se rodó en un paraje del sur de California. La ondulación invisibiliza a los coches y permite un golpe de efecto, lo que dice mucho del valor de la película, cuando lo que se busca por encima de todo es golpear la atención del espectador.

 

En general, el cine y las series que se hacen en Estados Unidos, en la actualidad, construyen una realidad despegada. Hay que volver a las películas pequeñas que se hacen en otras partes para entrar en el mundo real. De los grandes autores se espera algo más que superponer un mundo inventado al real.


Solo por la luz, una luz raída, desgastada, que te remite a un pasado que no llegaste a vivir, pero que te resulta verosímil, ya le gana Sueño de trenes, la película que te propongo por comparación (Netflix). Añádele el ruido, la inclemente música metálica de la primera frente a la humilde, casi silenciosa musicalidad de la naturaleza de la segunda. Y el tacto, y el olor. En Sueño de trenes hay tacto y se adivinan olores, en Una batalla tras otra todo es luminoso y visual.


En las películas falta todo sobre el olor, el que nos abre la puerta a la vida y el último que se desvanece. No tenemos un vocabulario preciso de olores como lo tenemos de colores. En una novela puedes hacer paráfrasis, decir ‘olor a aceite de rosas’, ‘apesta a gasolina’ o utilizar palabras genéricas (aroma, fragancia, hedor). Cómo lo trasladas al cine.


En los grandes premios anuales estará Una batalla tras otra, cosa que no ocurrirá con Sueño de trenes.


No hay comentarios: