jueves, 2 de octubre de 2025

El sueño del círculo de Viena, de Karl Sigmund

 


 

De todos los leídos sobre el tema de Viena, este libro es el que más me ha divertido. Es la biografía de una ciudad y una atmósfera que dio lugar a la mayor concentración de genios que quizá jamás se haya reunido en un mismo lugar y época. Aunque el hilo conductor es el Círculo de Viena, que estuvo activo entre 1924 y 1936, se remonta a sus profetas, al famoso debate entre Ernst Mach y Ludwig Boltzmann sobre el átomo que tuvo lugar en 1895, y presenta de forma amena, mezclando la anécdota con el rigor expositivo, el conjunto de ideas e iniciativas que partieron del Círculo. El periodo que abarca el libro va de 1895 a 1946, más allá de Hitler, decisivo en la destrucción del milagro cultural vienés y del propio Círculo, al apoderarse de Austria, pues el autor sigue la historia las figuras que tuvieron que huir. Poco después de la segunda Guerra Mundial, Víktor Kraft, un miembro del Círculo, declaró: "La obra del círculo de Viena no está completa; simplemente la han interrumpido".

 

El Círculo, inspirado Russell, con la nueva física de Einstein de fondo, en una Europa marcada por la inestabilidad política que siguió a la Primera Guerra Mundial, y con la amenaza del totalitarismo, se propuso pensar sobre los límites del conocimiento. Sus fundadores, Moritz Schlick, Otto Neurath y Hans Hahn, seguido por matemáticos como Kurt Gödel y Karl Menger o filósofos como Rudolf Carnap, soñaron, según el autor, Karl Sigmund, físico él mismo, con fundar un pensamiento completamente racional, basado en el lenguaje preciso y el rechazo de la metafísica. Como científicos querían fundamentar la filosofía en un 'pensamiento exacto'.

 

Las reuniones giraban en torno al trío Einstein, Hilbert y Russel, hasta que dieron un giro inesperado cuando Schlick tajo una obrita de escasas páginas, casi un folleto, firmado por un oscuro maestro de escuela rural, una figura totalmente desconocida de apellido ilustre... Los intereses del Círculo de Viena - recordaría Karl Menger - pasaron del análisis de las sensaciones al análisis de lenguaje, de Mach a Wittgenstein: la filosofía debía luchar “contra los hechizos a los que nos somete nuestra razón por medio de lenguaje". De ahí el giro lingüístico.

 

“Todo lo que puede pensarse puede pensarse con claridad. Todo lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con claridad… y, si de algo no se puede hablar, mejor es callarse".

 

Aunque el propio Wittgenstein, unas páginas después aclaraba:

 

"Hay, de hecho, cosas inexpresables, cosas que se manifiestan a sí mismas. Se trata de lo místico"

 

Si algo tenía claro el Círculo, antes y después de Wittgenstein, era su aversión a las abstracciones superfluas sin conexión alguna con nuestros órganos sensoriales, es decir, a la metafísica, incluida 'la cosa en sí kantiana', y, por supuesto, a Heidegger, su mayor enemigo.

 

En 1929 se publicaron dos libros antagónicos: La cosmovisión científica, el manifiesto fundacional del Círculo, y ¿Qué es metafísica?, donde Heidegger había escrito frases como estas: 'la nada es la pura negación de la totalidad del ser'; 'la nada nadea'; ' la supuesta sobriedad y superioridad de la ciencia se vuelve irrisible cuando la ciencia omite tomar en serio la nada'. Entonces, en Davos, donde Rudolf Carnap se restablecía de una afección, se encontró casualmente con Heidegger, que impartía un curso de filosofía. Heidegger había escrito: "Para la filosofía, hacerse inteligible es suicidarse". Y el joven Carnap: "Los metafísicos son físicos sin ninguna aptitud musical". Carnap le diría a Schlick, tras aquel encuentro, que había conocido "una colosal nube metafísica en cuyo interior había descubierto... nada. Es decir: nada en absoluto". También, 'la lluvia llueve'. La metafísica y el análisis de lenguaje se dieron la espalda y seguirían en adelante caminos radicalmente distintos.

 


Aquellos, eran tiempos tan convulsos que Karl Kraus, el periodista más famoso de Viena, concibió una obra de teatro satírica, Los últimos días de la humanidad, para ser representada en Marte. Antes, Ludwig Boltzmann, a quien debemos la fórmula de la entropía, fórmula que luce en su tumba [ S = k \ln W ], deslumbrado por las capacidades de la joven matemática Henriette von Aigentler, a quien conoció en Graz, le escribió de esta guisa para pedirle la mano:

 

Por escaso que sea mi convencimiento de que las emociones podrían o deberían verse inhibidas por las frías e inexorables consecuencias de las ciencias exactas, nos corresponde, como representantes de estas, no actuar sino tras un dictamen bien considerado en lugar de dejarnos guiar por efímeros antojos.

 

Como matemática, dudo que los números, que gobiernan el mundo, le parezcan escasamente poéticos. Déjeme decirle, pues, que, en el presente, mi salario es de 2.400 florines anuales, a los que cabe sumar una bonificación anual de 800 florines. La cantidad que percibí el año pasado por conferencias y exámenes ascendió a unos 1.000 florines, si bien es cierto que estos últimos ingresos están sujetos a cambio de un año para otro. [...] La suma total no es insignificante y bastará para mantener un hogar. Con todo, en vista del inmenso aumento que están experimentando los precios últimamente, no alcanzará para procurarle muchas distracciones ni entretenimientos.

 

La proposición, a pesar de tal redacción, recibió una respuesta positiva: tuvieron 5 hijos, aunque Ludwig no acabó bien.

 

Otra historia, la de Robert Musil como editor editorial. De formación científica tuvo éxito con su primera novela Las tribulaciones del joven Törless, pero después se estancó. Tuvo que solicitar un puesto de bibliotecario en Viena. No duro mucho. Se fue a Berlín para trabajar en una editorial y allí se encontró con un manuscrito extravagante que venía de Praga. Trató de convencer al joven desconocido que lo modificase. Se trataba de La metamorfosis de Frank Kafka.

 


El mayor amigo de Einstein, Kurt Gödel, por su parte, que había revolucionado las matemáticas con su teorema de la incompletitud ("Existen verdades matemáticas que no pueden derivarse formalmente de axiomas"), diría: "Cuanto más pienso en el lenguaje, más me sorprende que la gente pueda llegar a entenderse". Sigmund remata: Dios hizo las matemáticas consistentes y el diablo se aseguró de que tal cosa no pudiera demostrarse.

 

Un libro instructivo a la par que divertido.

 


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