domingo, 5 de octubre de 2025

Del Tractatus a las Investigaciones filosóficas

 

 


El libro, algo mas que un cuaderno, que excitó a los miembros del Círculo de Viena comenzaba con esta proposición: “El mundo es todo lo que es el caso”, y terminaba con esta otra: “De lo que no se puede hablar, hay que callar". Tanto les golpeó que se convirtió en el centro de sus discusiones e inició con ello el llamado giro lingüístico en filosofía. Con apenas ochenta páginas, pero con una economía de palabras que se prestaba a interpretaciones diversas, el Tractatus logico-philosophicus (1921) presenta sus proposiciones de forma condensada y en un estilo oracular, sin mostrar los pasos de su razonamiento, de modo que el lector inicie un camino ascético hacia la comprensión (por así decir, ha de arrojar la escalera después de haber subido por ella). En el obituario del filósofo, The Times describió el Tractatus como "un poema lógico".

 

De las variadas interpretaciones de la filosofía de Wittgenstein, Federico Penelas (Wittgenstein, 2020) se acoge a la que más se adecúa al discurrir vital del filósofo vienés. También él cree, como Russell, que hay dos Wittgenstein. El primero, el que va a Cambridge a medirse con Russell, es un hombre solitario y severo con los demás y consigo mismo, tocado por malas experiencias, como fueron las muertes por suicidio, en su infancia, de dos sus hermanos y más delante de un tercero, que vivió la experiencia de la guerra, en la que también perdió a su amante inglés y en la que su hermano pianista perdió un brazo, un Wittgenstein que prefería la soledad para pensar, que se recluía en la casa que se construyó en los fiordos noruegos, el hombre solitario y huraño - al que Thomas Bernhard satiriza en Corrección - que, en la guerra, en la soledad de las trincheras, y, después, en prisión concibe la filosofía del Tractatus, una filosofía en búsqueda de los límites del pensar, que partiendo de la idea determinista de que el significado está en el propio lenguaje, determinado por sus reglas, llega a la tesis de que "lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar, hay que callar".

 

Después de la guerra vivirá otro tipo de experiencias: maestro en pequeños pueblos de los Alpes (escribió un diccionario para escuelas primarias que se utilizó en las escuelas austriacas), tentado de entrar en un monasterio, arquitecto de la casa de su hermana en colaboración con su amigo Engelmann, convertido por los filósofos científicos del círculo de Viena (Schlick y Waismann) en el filósofo del lenguaje, profesor en los seminarios de Cambridge, a partir 1929, donde creará un círculo de discípulos con los que discutirá las nuevas ideas (entre ellos, Piero Sraffa y Ramsey), que dará lugar a una filosofía más comunitaria y colaborativa, que aparecerán en el libro que se publicará después de su muerte, Investigaciones filosóficas (1955). Penelas habla del tránsito de la tragedia a la comedia entre los dos Wittgenstein, del paso de una concepción semántica determinista hacia una indeterminista, del soliloquio a la conversación hasta formar una comunidad filosófica, que va más allá del pensamiento hacia un proyecto de emancipación social.

 

El primer Wittgenstein concebía el lenguaje de forma pictórica: el lenguaje es una pintura de la realidad, representa la realidad. El lenguaje, el pensamiento y el mundo comparten una forma lógica. Las palabras en el orden apropiado, en forma de proposiciones, reflejan el mundo. Pero hay proposiciones que lo reflejan, que se relacionan con los hechos del mundo, que pueden ‘decirse’, y otras, sobre lo que es bueno o valioso, sobre lo místico o lo sublime, que no son pictóricas, que no se relacionan con hechos del mundo. Las proposiciones sobre Dios, la ética o la estética son, en el mejor de los casos, intentos de decir lo que solo se puede ‘mostrar’ ("No hay proposiciones éticas; hay comportamiento ético"). ‘Decir’ y ‘mostrar’ son dos conceptos básicos en la filosofía del primer Wittgenstein. Hay un límite en lo que el lenguaje puede hacer para describir la realidad.

 


La teoría del lenguaje de Wittgenstein cambió radicalmente con sus experiencias vitales. El segundo Wittgenstein advierte que los significados son fruto de la práctica lingüística comunitaria. El significado de una palabra se define por sus reglas de uso, como ocurre con una torre o un alfil en el ajedrez. La metáfora de lenguaje como imagen - teoría figurativa del significado en el Tractatus - es reemplazada por la metáfora del lenguaje como herramienta. Si queremos saber el significado de un término, no debemos preguntarnos qué representa, debemos, por el contrario, examinar cómo se usa en la práctica. "Una proposición debería concebirse como una herramienta. Habría que entender que su significado reside en el modo como se emplee". Y eso lo decide la comunidad de hablantes.

 

Del significado determinista a una concepción pluralista de los fenómenos semánticos; no hay algo así como la esencia de lo lingüístico, sino una variedad de prácticas en la diversidad de los juegos de lenguaje, es decir, en los usos que se dan en los diferentes contextos de la acción humana. "El significado de una palabra es su uso en el lenguaje", el modo en que es usada en un determinado juego de lenguaje. "Los juegos de lenguaje se dan inmersos en formas de vida y la vida -las prácticas - toman forma solo en los juegos de lenguaje dados". Cabanchik.

 

El segundo Wittgenstein concebía la filosofía como una especie de terapia lingüística, en paralelo a la del amigo de su hermana, Sigmund Freud. El lenguaje no tiene una estructura subyacente, nosotros somos sus amos, podemos hacer con él lo que queramos: elegimos las reglas y determinamos lo que significan y lo hacemos consensuando lo que es admisible y lo que no. Combatamos el hechizo de nuestro lenguaje, recuperemos el idioma de la vida cotidiana, viene a decir. El Wittgenstein del Tractatus creía que el lenguaje ordinario es descuidado, que prestando atención a su estructura oculta podemos resolver los llamados problemas filosóficos. El Wittgenstein II creía que los problemas comienzan cuando intentamos excavar bajo la superficie: ¡Liberémonos de la ilusión de que el lenguaje refleja el mundo!

 

 David Edmonds y John Eidnow, en El atizador de Wittgenstein, intentando dilucidar quién ganó el debate de 1946 entre Wittgenstein y Popper, se preguntan dónde queda hoy la pasión intelectual en busca de la verdad:

 

"No era suficiente tener razón sobre las grandes preguntas: la pasión era vital. Hoy, ese sentido de urgencia intelectual se ha disipado. La tolerancia, el relativismo, la negativa posmoderna al compromiso, el triunfo cultural de la incertidumbre, todo esto descarta una repetición del espectáculo de virtuosismo intelectual dado en H3. ¿Quizás también porque actualmente hay tanta especialización, tantos movimientos y tantas divisiones en la educación superior que se han perdido cuestiones fundamentales? ¿Quién ganó el 25 de octubre de 1946?".


No hay comentarios: