El libro, algo mas que un cuaderno, que
excitó a los miembros del Círculo de Viena comenzaba con esta proposición: “El
mundo es todo lo que es el caso”, y terminaba con esta otra: “De lo que
no se puede hablar, hay que callar". Tanto les golpeó que se convirtió
en el centro de sus discusiones e inició con ello el llamado giro lingüístico
en filosofía. Con apenas ochenta páginas, pero con una economía de palabras que
se prestaba a interpretaciones diversas, el Tractatus logico-philosophicus (1921)
presenta sus proposiciones de forma condensada y en un estilo oracular, sin mostrar
los pasos de su razonamiento, de modo que el lector inicie un camino ascético hacia
la comprensión (por así decir, ha de arrojar la escalera después de haber
subido por ella). En el obituario del filósofo, The Times describió el Tractatus
como "un poema lógico".
De las variadas
interpretaciones de la filosofía de Wittgenstein, Federico Penelas (Wittgenstein,
2020) se acoge a la que más se adecúa al discurrir vital del filósofo vienés.
También él cree, como Russell, que hay dos Wittgenstein. El primero, el que va
a Cambridge a medirse con Russell, es un hombre solitario y severo con los
demás y consigo mismo, tocado por malas experiencias, como fueron las muertes
por suicidio, en su infancia, de dos sus hermanos y más delante de un tercero,
que vivió la experiencia de la guerra, en la que también perdió a su amante
inglés y en la que su hermano pianista perdió un brazo, un Wittgenstein que prefería
la soledad para pensar, que se recluía en la casa que se construyó en los
fiordos noruegos, el hombre solitario y huraño - al que Thomas Bernhard
satiriza en Corrección - que, en la guerra, en la soledad de las
trincheras, y, después, en prisión concibe la filosofía del Tractatus,
una filosofía en búsqueda de los límites del pensar, que partiendo de la idea
determinista de que el significado está en el propio lenguaje, determinado por
sus reglas, llega a la tesis de que "lo que siquiera puede ser dicho,
puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar, hay que callar".
Después de la guerra vivirá
otro tipo de experiencias: maestro en pequeños pueblos de los Alpes (escribió
un diccionario para escuelas primarias que se utilizó en las escuelas
austriacas), tentado de entrar en un monasterio, arquitecto de la casa de su
hermana en colaboración con su amigo Engelmann, convertido por los filósofos
científicos del círculo de Viena (Schlick y Waismann) en el filósofo del
lenguaje, profesor en los seminarios de Cambridge, a partir 1929, donde creará
un círculo de discípulos con los que discutirá las nuevas ideas (entre ellos,
Piero Sraffa y Ramsey), que dará lugar a una filosofía más comunitaria y
colaborativa, que aparecerán en el libro que se publicará después de su muerte,
Investigaciones filosóficas (1955). Penelas habla del tránsito de la
tragedia a la comedia entre los dos Wittgenstein, del paso de una concepción
semántica determinista hacia una indeterminista, del soliloquio a la
conversación hasta formar una comunidad filosófica, que va más allá del
pensamiento hacia un proyecto de emancipación social.
El primer Wittgenstein
concebía el lenguaje de forma pictórica: el lenguaje es una pintura de la
realidad, representa la realidad. El lenguaje, el pensamiento y el mundo
comparten una forma lógica. Las palabras en el orden apropiado, en forma de proposiciones,
reflejan el mundo. Pero hay proposiciones que lo reflejan, que se relacionan
con los hechos del mundo, que pueden ‘decirse’, y otras, sobre lo que es bueno
o valioso, sobre lo místico o lo sublime, que no son pictóricas, que no se
relacionan con hechos del mundo. Las proposiciones sobre Dios, la ética o la
estética son, en el mejor de los casos, intentos de decir lo que solo se puede ‘mostrar’
("No hay proposiciones éticas; hay comportamiento ético"). ‘Decir’
y ‘mostrar’ son dos conceptos básicos en la filosofía del primer
Wittgenstein. Hay un límite en lo que el lenguaje puede hacer para describir la
realidad.
La teoría del lenguaje de
Wittgenstein cambió radicalmente con sus experiencias vitales. El segundo
Wittgenstein advierte que los significados son fruto de la práctica lingüística
comunitaria. El significado de una palabra se define por sus reglas de uso, como
ocurre con una torre o un alfil en el ajedrez. La metáfora de lenguaje como
imagen - teoría figurativa del significado en el Tractatus - es
reemplazada por la metáfora del lenguaje como herramienta. Si queremos saber el
significado de un término, no debemos preguntarnos qué representa, debemos, por
el contrario, examinar cómo se usa en la práctica. "Una proposición
debería concebirse como una herramienta. Habría que entender que su significado
reside en el modo como se emplee". Y eso lo decide la comunidad de
hablantes.
Del significado determinista a
una concepción pluralista de los fenómenos semánticos; no hay algo así como la
esencia de lo lingüístico, sino una variedad de prácticas en la diversidad de
los juegos de lenguaje, es decir, en los usos que se dan en los diferentes
contextos de la acción humana. "El significado de una palabra es su uso en
el lenguaje", el modo en que es usada en un determinado juego de lenguaje.
"Los juegos de lenguaje se dan inmersos en formas de vida y la vida -las
prácticas - toman forma solo en los juegos de lenguaje dados". Cabanchik.
El segundo Wittgenstein
concebía la filosofía como una especie de terapia lingüística, en paralelo a la
del amigo de su hermana, Sigmund Freud. El lenguaje no tiene una estructura
subyacente, nosotros somos sus amos, podemos hacer con él lo que queramos: elegimos
las reglas y determinamos lo que significan y lo hacemos consensuando lo que es
admisible y lo que no. Combatamos el hechizo de nuestro lenguaje, recuperemos
el idioma de la vida cotidiana, viene a decir. El Wittgenstein del Tractatus
creía que el lenguaje ordinario es descuidado, que prestando atención a su
estructura oculta podemos resolver los llamados problemas filosóficos. El Wittgenstein
II creía que los problemas comienzan cuando intentamos excavar bajo la
superficie: ¡Liberémonos de la ilusión de que el lenguaje refleja el mundo!
David Edmonds y John Eidnow, en El atizador
de Wittgenstein, intentando dilucidar quién ganó el debate de 1946 entre Wittgenstein
y Popper, se preguntan dónde queda hoy la pasión intelectual en busca de la
verdad:
"No era suficiente tener razón sobre las grandes preguntas: la pasión era vital. Hoy, ese sentido de urgencia intelectual se ha disipado. La tolerancia, el relativismo, la negativa posmoderna al compromiso, el triunfo cultural de la incertidumbre, todo esto descarta una repetición del espectáculo de virtuosismo intelectual dado en H3. ¿Quizás también porque actualmente hay tanta especialización, tantos movimientos y tantas divisiones en la educación superior que se han perdido cuestiones fundamentales? ¿Quién ganó el 25 de octubre de 1946?".
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