domingo, 26 de octubre de 2025

Dana

 

 


Podríamos perdonarles que roben, que nos roben. Podríamos perdonarles las maniobras torticeras para seguir en el poder, el hociqueo en las cloacas. Podríamos perdonarles el nepotismo, favorecer a los suyos: familia, amigos, acreedores del partido. Podríamos perdonarles las mentiras: las promesas que sabían que no iban a cumplir. Podríamos perdonarles el chantaje emocional. Podríamos perdonarles que corrompan a funcionarios públicos en su beneficio. Podríamos perdonarles que usen el dinero público como si fuese suyo, que el objetivo primordial del político sea enriquecerse y que la mala fama no les importe. Podríamos perdonarles su miseria moral, esa inhumana manera de conducirse, pues hemos dado en rimar humanidad con dignidad, la dignidad que pierden cuando se suben al cargo, al menos esta generación (¿entera?) de políticos, una generación de facinerosos,


no pueden comprender lo que afirmaba el clásico, que 'solo lo que es honorable es bueno',

 

pero lo que de ninguna manera les perdonamos es que se desentiendan de sus obligaciones públicas, de la gestión de los asuntos, de hacer que la administración funcione,

 

entonces, el punto 1 y 2 se encuentran: están tan ocupados en corromper, en beneficiarse, en chantajear, en engañar, que olvidan su obligación, el por qué están ahí: se presentaron voluntariamente, eligieron ser representantes de la ciudadanía para convertirse en servidores públicos, asumieron obligaciones, 

 

por tanto, les exigimos responsabilidades, no que digan "Asumo mis responsabilidades", sino que presenten su dimisión y sean juzgados.

 


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