"Tú tenías todo el chirriante edificio
filosófico del amor romántico detrás de ti, en el cual me introdujiste como tu
donna y salvadora. Yo no tengo semejantes recursos, más allá de lo que
considero un salvador escepticismo sobre esquemas de pensamiento que aplastan y
aniquilan a los seres vivos".
Tan
solo seis años separaban a Frédéric Chopin de George Sand cuando, en pleno
romanticismo, vivieron su historia de amor durante el invierno de 1838 a 1839
en la Cartuja de Valldemosa, en Mallorca. Chopin más joven que Sand, enfermo de
tuberculosis, buscaba en ella una especie de madre protectora que lo cuidase
mientras él componía música. Durante un tiempo Sand vio en él un artista
sublime.
Cabe
suponer que Dante concibió la Divina Comedia como una ensoñación para
llegar hasta su idealizada amada Beatrice. Se había enamorado de ella a los 9
años y solo volvió a verla a los 18 cuando ya estaba casada. Nunca tuvieron
intimidad. Beatrice había muerto a los 24. El amor de Dante es descarnado,
puro, una vía a la salvación y el conocimiento.
Los
protagonistas de Un invierno en Mallorca y de la Divina Comedia
son los referentes de Coetzee para su novela El polaco.
Entre
Wítold y Beatriz, los protagonistas de El polaco, hay más de 20 años de
diferencia, pero su aventura no es nada romántica, al contrario. Beatriz no
aprecia la música de Wítold y la idealización de aquella por este torpe.
Ambos
se encuentran en la cena posterior a un concierto en una pequeña sala de
Barcelona a la que acuden músicos invitados no muy conocidos. Tras la cena
Wítold le envía emails para aproximarse a ella. Ambos desconocen sus
respectivos idiomas. La torpeza del inglés de Wítold aparece en la escritura de
Coetzee, también la peculiar sintaxis de los eslavos cuando hablan lenguas
occidentales. Beatriz le hace saber que no tiene interés en mantener ninguna
relación. Está casada y tiene dos hijos. No tiene necesidad de vivir una
aventura romántica. Así se lo dice a su marido. No le gustó el concierto y
cuando escucha los CDs la música de Wítold no le dice nada. Sin embargo, acude
a Girona y luego a Mallorca donde el maestro polaco da sendos conciertos.
"Escucha la colección de CDs. ¿Por qué? Porque
está preparada para aceptar la idea de que aquello que este hombre no puede
expresar en su inglés tan limitado acaso pueda expresarlo a través de su
arte".
El polaco muere y Beatriz se entera de
que ha dejado una caja para ella en un apartamento de Varsovia. Lo que Beatriz
encuentra en un apartamento nada glamuroso de las afueras de la capital polaca
es un puñado de poemas dedicados a ella.
La
novela está escrita desde la perspectiva de Beatriz, sin embargo, es difícil
saber qué le mueve en esta historia, por qué accede a pesar de sus reticencias
manifiestas. No hay un idioma a través del que puedan comunicarse, un idioma
que les lleve a compartir su intimidad. El inglés de Wítold es ortopédico, el
polaco de Beatriz inexistente. Ha de buscar una traductora, traductora de
documentos técnicos, para verter los poemas al español. Cuando los lee no le
dicen nada, como tampoco le había dicho nada la música interpretada por él.
"Si tuviera que definirlo, lo llamaría
lástima. Él se enamoró de ella y a ella le dio lástima y por lástima le
concedió su deseo. Eso es lo que había sucedido; ese había sido su error".
Sí
que podemos entender qué le pasa a Wítold en esta historia, los sonidos que
cada lector oye percutir en su cabeza durante la lectura.
J. M. Coetzee, el Nobel sudafricano nacido en 1940, tenía 82
años cuando escribió y publicó El polaco en 2022, primero en español, en
Argentina, y luego en inglés. Coetzee se quita 10 años, si queremos ver su
traza en el personaje, Wítold. En la motivación del personaje de Beatriz
podemos ver huellas literarias: le queda media vida por delante, aunque su flor
comience a marchitarse. En el personaje de Wítold está el gran qué de la
decrepitud. En el apartamento de Varsovia donde vivió sus últimos días solo
vemos desolación. Nada en los poemas le salva.

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