Justo en este instante la tarde se va como un suspiro. El sol al borde de la bahía de Mindelo se cae sin remedio, como si hubiese esperado a que la foto diese cuenta de su existencia. Sobre la arena, apenas siluetas sombrías, algún bañista atolondrado. Unos cuantos montes desarbolados enmarcan la pequeña bahía, a la izquierda en un más peñasco que monte, entre las murallas de un fuerte, han crecido edificios modernos, a la derecha las rocas deshabitadas y detrás los edificios crecidos como al azar de la ciudad de Mindelo. Caída la noche no hay luces que indiquen dónde poner los pies para no tropezar.
Cabo Verde - 10 islas y 5 islotes - es un archipiélago de la Macaronesia en medio del Atlántico. Si necesitan cinco horas y media para llegar aquí desde Madrid, con escala en Lisboa. Unas 600.000 personas habitan estas islas, en su mayoría mestizos o criollos, un 70%, hijos de portugués y africano; un 25% son negros y solo un 1% blancos. Se puede decir que la población es recién llegada, porque antes de que viniesen los portugueses en el siglo XV estaban deshabitadas. Todos se manejan en portugués, junto o al lado del Kriolu nativo. Que la mayoría vive del turismo y el comercio se nota en el precio de las cosas, las bebidas y el comer, y a poco que uno se fije ve lo que antaño se decía indolencia y ahora se dice ritmo pausado del vivir. Hay que armarse de paciencia, dice la frase hecha.
Después de un pequeño paseo por Mindelo, la ciudad cultural y más turística del archipiélago, nos ha dado por ir a comer a un restaurante fresco y sombreado. Nosotros, los únicos comensales, circunstancia, quizá, explicada por el precio. La chica que atendía nos ha recomendado el pescado del día, 'largo' nos ha dicho. Pero no he sabido dar con el nombre en español, porque la Wikipedia me dice que 'largo' en portugués se dice al pez espada y era evidente que pez espada no era. Por lo espinoso tenía semejanza con el chicharro. Eso sí, estaba riquísimo, a la plancha acompañado de verduras salteadas.
En los viajes suceden cosas. La primera de este es que una chica me ha abordado diciéndome que me conocía. Resulta que somos sobrinos de la misma tía, aunque ambos no somos de la familia. No nos veíamos desde la infancia. Al final por los rasgos fisionómicos he sabido quién era, María. Y lo más curioso es que venía en el mismo grupo que yo, aunque este para ella sea su primer viaje. No es la primera vez que me suceden encuentros de este tipo. El mundo es un pañuelo, otra frase hecha.
Venimos con ganas de hacer senderismo por las islas. Veremos. El sol aprieta y el áspero viento cargado de calor lija la piel.



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