Me cruzo con un hombre joven y recio, de esos que pueblan los
platós: Podría haberme muerto, dice, adivino que por el pinganillo que
no veo. Íbamos en dirección contraria, no he oído más.
El día está lluvioso y pesado, con la atmósfera presionando
sobre todo lo viviente en la superficie de la Tierra.
Antes, subiendo una pequeña pendiente me voy a cruzar con un
hombre que viene en dirección contraria, pero se baja de la bici. De un campo
de girasoles, a los que les falta un punto de maduración, se le acerca otro. Le
dice: Hombre, me cago en la puta que te parió. He supuesto que era un
saludo entre amigos.
Más tarde, una mujer, en la mesa que está al costado de la
mía, finita, rubia y entrada en años está el teléfono. Habla con las pausas que
hacen los mayores. De fondo suena una emisora de radio que no logro localizar.
A fuerza de hablar, algunas palabras de su charla revolotean hasta llegar a mis
oídos. Habla con un Giovanni a cuenta de una Blanca. Blanca le ha pedido a la señora,
que le pregunte a Giovanni dónde puede estar él. Por lo visto ayer por la noche
desapareció, nada saben de él. Por lo que entiendo Giovanni no quiere
inmiscuirse, ni que le inmiscuyan. La señora cuenta que la otra vez que lo
detuvieron no lo soltaron hasta las cinco de la mañana. Giovanni se muestra
poco amable. Cuelga. La señora le dice a Blanca, en otra llamada, que no ha
conseguido saber nada de él. Cuelgan. Llegan dos chicas jóvenes entonces, y yo
me voy.
A la salida del bar, de pie, a punto de sentarse en la
terraza dos mujeres y un hombre de edad mediana charlan. Apenas alcanzo a oír
una frase: No deberías preocuparte, solo tu hija te ha salido rana.
A poco que uno ponga el oído atisba dónde se masca la
tragedia.
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