martes, 9 de septiembre de 2025

El atizador de Wittgenstein. David Edmonds y John Eidinow

 



" Nadie que entrara en contacto con él podía dejar de quedar impresionado. A algunos no les gustó. Pero la mayoría se sintió atraída o fascinada. Quizá se pueda decir que Wittgenstein evitaba las relaciones, pero necesitaba amistades y las buscó . Era un amigo incomparable, a pesar de ser muy exigente" . G. H. Von Wright.



En una sala del King's College de Cambridge, el 26 de octubre de 1946 se produjo un hecho que dio que hablar. Las mentes más brillantes de entreguerras habían vuelto a sus cátedras o buscaban un lugar donde acrecentar su prestigio o darse a conocer. Ese día Karl Popper, uno de estos últimos, fue invitado por el Club de Ciencia Moral, cuya presidencia había heredado Ludwig Wittgenstein de George E. Moore, a dar una charla en H3, una sala de conferencias del King's. Popper pensó que era la ocasión para destronar al que se consideraba el filósofo más importante del siglo.


La cuestión que se debatía enfrentaba a los dos filósofos. El título de la charla era ¿Existen los problemas filosóficos? Popper daba por supuesto que Wittgenstein había defendido en el libro que le había hecho famoso, Tractatus-logico-philosóficus, que no, que los problemas filosóficos eran simples confusiones del lenguaje.


El libro definió la filosofía de entreguerras, entregada al estudio de lenguaje. El lenguaje estaría compuesto por proposiciones lógicas a las que se exige coherencia y claridad. Wittgenstein había llegado a Cambridge en 1911 para estudiar lógica y filosofía, tras haber leído los Principia Mathematica de Bertrand Russell. Los primeros en ver la importancia del Tractatus fueron los filósofos que se reunieron en torno al llamado Círculo de Viena que se definían a sí mismos como empiristas o positivistas lógicos. Uno de ellos habló del giro lingüístico de filosofía para subrayar la importancia del Tractatus. Más tarde, otro grupo de filósofos tomaría el relevo en Cambridge dando lugar a la filosofía analítica.


Popper, vienés como Wittgenstein, nunca consiguió que le invitasen a las reuniones del Círculo. Con el tiempo dijo de sí mismo que era el opositor oficial del Círculo, desacreditando el principio de verificación para sustituirlo por el de falsabilidad como método para validar teorías científicas. No se puede probar una teoría científica, pero se puede demostrar que es falsa.


Popper reconoció que en realidad no había un Wittgenstein sino dos. El primero era el del Tractatus, donde proponía que los problemas filosóficos eran en realidad malas interpretaciones, confusiones del lenguaje, o acertijos. Wittgenstein adoptaba la teoría figurativa del lenguaje, que luego abandonó: el lenguaje, en su estructura, representa el mundo. Cada proposición es una imagen lógica de un hecho del mundo. Wittgenstein separaba la esfera de los hechos que pueden describirse y la de lo profundo que no puede expresarse. Lo profundo es lo indecible. Para ser significativas las proposiciones deben reflejar posibles estados de cosas, lo que no hacen las proposiciones metafísicas. Popper en su autobiografía, tacha esta teoría de "inapelable e incluso escandalosamente equivocada", cuando Wittgenstein ya la había abandonado. Con inquiba dijo que el Tractatus olía a café, con lo que quería relacionarlo con la frivolidad aristocrática.


El Wittgenstein II, en cambio, adopta la noción de “juegos de lenguaje”, por la multiplicidad de formas que adopta en diferentes contextos; no se pueden analizar las proposiciones sin tener en cuenta su uso cotidiano. Wittgenstein trabajaba lentamente. Sus ideas nacían de sus clases en Cambridge, de conferencias y de paseos con amigos y discípulos. Una posición que solo quedaría clara en el libro póstumo Investigaciones filosóficas. A nada de eso pudo tener acceso Popper.


"El enfoque extraordinariamente directo de Wittgenstein y la ausencia de cualquier tipo de parafarnalia fue lo que asustó a la gente". Iris Murdoch. De uno de sus personajes, que puede referirse a Wittgenstein, decía "Era su voz de oráculo . Sentimos que debe ser verdad".


Para quienes lo recordaban, Wittgenstein era un profesor monologante e irascible que tenía poca paciencia con quienes no captaban sus ideas. “Popper se comportaba de forma agresiva al argumentar y divergir, pero se la reconocía como humano; en las relaciones de Wittgenstein con la gente hay algo no terrenal, extraño”. Popper en H3, en un recinto en el que Wittgenstein era visto como un dios, con las mentes más brillantes presentes, entre ellas Russell, a quien Popper quería sustituir como faro filosófico de la posguerra, defendió que existían los problemas filosóficos reales.


Según cuentan los autores de este libro, la atmósfera estaba galvanizada por la idea de que si se ponía orden en el lenguaje y en la lógica se disolverían los problemas más importantes de la filosofía. Wittgenstein de algún modo era la némesis de Popper. Mientras que afirmaba que los problemas filosóficos no eran más que mezquinas disputas lingüísticas, Popper creía que esos problemas realmente existían.


Popper, ante la mirada del también presente Bertrand Russell, inició la charla preguntando ¿Existen los problemas filosóficos? Puso algunos ejemplos de problemas ante los que Wittgenstein se opuso una y otra vez: la inducción, la probabilidad, el infinito, y otro ejemplo más, la validez de las reglas morales. Lo más impactante de la reunión sucedió cuando Wittgenstein, de pie, cada vez más agitado cogió un atizador y exigió a Popper un ejemplo de regla moral. «No amenazar a los profesores visitantes con atizadores», contestó Popper. Wittgenstein hecho una fiera salió de la sala dando portazo. Russell, presente, hizo saber que sus simpatías estaban del lado de Popper. ¿Fue así como ocurrió? ¿Qué diferencias había entre ambos filósofos?


A esas cuestiones y a la realidad de lo que ocurrió en H3 está dedicado el libro El atizador de Wittgenstein. David Edmonds y John Eidinow recurren a documentos de época y encuestan a los supervivientes de ese momento cuando el libro fue publicado, en 2001, para ver qué ocurrió realmente.


En una encuesta entre filósofos de esa época, Wittgenstein aparecía entre los cinco filósofos más importantes de la historia, detrás de Platón, Aristóteles, Kant y Nietzsche. Popper envidiaba esa posición. No llegó a ocuparla pero escribió un libro que se hizo más popular que la filosofía de aquel, La sociedad abierta y sus enemigos. Hoy, el lenguaje ya no aparece como el objeto principal de los filósofos. Popper estaba siendo olvidado hasta que la nueva situación política internacional con la afirmación de los totalitarismos ha devuelto su libro a la actualidad.


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