All of Us Strangers
(Desconocidos) tiene un aire confesional. Tal día como ayer u hoy es el
mejor momento para verla, porque quien se confiesa es un gay que expone su vida
de gay. Quienes se muestran en las fiestas del orgullo, al día siguiente siguen
con su vida. ¿Cómo es esa vida, más allá de la vindicación, del entramado
legislativo, de las conquistas contra la discriminación? La vida de un gay en
ese sentido tiene semejanzas con las de un negro, una mujer, un inmigrante, un
pobre diablo, aunque cada grupo tiene su propia historia. Cada uno ha tenido
que lidiar con su diferencia para salir a flote. Llega un momento en que el
individuo se queda a solas con su circunstancia personal. La familia los
cercanos la pareja. Salvada la discriminación por la diferencia, si alguna vez
se salva del todo, queda el hombre, la mujer a solas. Y entonces es igual a
cualquiera, a cualquier hombre o mujer. Igual, pero tan diferente, pues todas
las vidas son iguales y todas diferentes.
El director, Andrew Haigh, se basa en una novela
previa para hacer el guion de la peli; añade romanticismo, nocturnidad y un
estrecho lazo con el más allá que está de vuelta por un tiempo. La mirada
melancólica la pone Andrew Scott, el mismo de Ripley. Hay cierta
semejanza entre los dos personajes. La soledad, con breves intervalos de compañía,
es nuestro destino.
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