jueves, 10 de abril de 2025

Un puñado de cuentos

 

 


Esta tarde viene un autor, un cuentista, a presentar su último libro. Busco críticas para ver si merece la pena el esfuerzo. En general son romas, excepto una elogiosa en El Cultural. Me agencio el libro y me pongo a leer. Se lee tan fácil que casi puedes ir leyendo las líneas de dos en dos. La concepción de los cuentos es más ingeniosa que realista. En el primero, la familia recibe la noticia médica de que el padre fallecerá pronto. Todos se aprestan a acompañarle en la despedida. Pero lo que sucede es que el resto de la familia, empezando por la madre, irán muriendo uno detrás de otro dejando el padre solo.

En el segundo, una pareja exitosa en el mundo de la empresa madrileña hace un viaje de fin de semana al Parador de León. Por el camino hacen una parada en un viejo pueblo castellano de nombre sonoro, del que destacan las puertas y ventanas de aluminio, tan baratas y duraderas como feas. Han quedado con un amigo de la universidad, un fracasado. La pareja se burla de él, de su familia y de la casa donde viven, antes y después del encuentro, con los ladridos molestos de un perro como música de fondo.

En el tercero, un grupo de amigos de la infancia conciertan un convite. Algunos sabiendo quién convoca se desentienden, otros a regañadientes aceptan la quedada. Saben que será un fracaso, pero acuden. Cuando están comiendo y bebiendo en una pollería, el que les convoca, ya bebido, empieza a decir frases que les incomodan. La historia acaba cuando le dejan solo, abandonado a las puertas del local, arrebujado a la bufanda y la camiseta de los mapaches, el equipo infantil del que formaron parte.

Los títulos de los cuentos son llamativos, con una relación cómica con el argumento, orientando el tono. Éramos tan felices, para el primero. ¿No podía morirse ese animal?, para el segundo. Ulises y los mapaches, para el tercero.

Si lo he dejado ahí no ha sido tanto por los títulos como por algunas frases. Estas, por ejemplo:

" La voz de Carla era un acantilado por el que podría despeñarse cualquier hombre".

" Poco después estaba atravesando Madrid equipado con una cantimplora de paciencia, para beberla a sorbos mientras se portaba los atascos".

 


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