lunes, 7 de abril de 2025

Adolescencia

 

 


No nos acordamos de nuestra adolescencia o muy vagamente, pero sí de la de nuestros hijos. Un periodo de brumas y sucesos que no queremos recordar. Una edad difícil. A los protagonistas se les exige deshacerse de las fantasías de la infancia e integrarse en un mundo confeccionado por adultos. Por un mundo ambiguo de ensoñación y realidad, de libertad y reglas, transita la adolescencia, entre el nido familiar y la panda, entre el hogar seguro y protector y el cambiante de la calle.

Adolescencia (Netflix) aborda el asunto en cuatro capítulos. Es una serie de entretenimiento, no un manual de psicología. Para hacerla atractiva al espectador, asocia adolescencia y crimen; presenta un caso particular, extremo, aunque el contexto es reconocible, lo hace verosímil, y por eso nos llega.

Los creadores hacen de cada capítulo un reto, técnicamente complicado pues cada uno es un plano secuencia; también narrativamente, pues el punto de vista cambia en cada uno de los cuatro. El reto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El espectador advertido puede estar más pendiente del movimiento de la cámara que del suceso o, por el contrario, inadvertido, puede sumergirse en la historia y aceptar los puntos de vista - subjetivos - de los personajes - los porqués del crimen - como si fuese de los creadores, es decir, la tesis probada y sancionada por la sociedad sobre el asunto. Los creadores - optimistas y cautos - suponen inteligencia en el espectador.

En el primer capítulo el aparato del Estado - la policía- irrumpe con su devastadora potencia en el hogar de una familia cualquiera: un padre trabajador, una buena madre, chico y chica. El suelo se abre a sus pies; debajo de la vida rutinaria y tranquila había una bomba con temporizador. Para muchas familias, eso puede ser la adolescencia.

En el segundo, la cámara entra en el instituto, es decir, en el extraño país de la adolescencia: chicos, chicas y educadores; habitaciones cerradas, redes sociales y calles como selvas. "Todos los colegios apestan", dice la voz en off de un policía. Quizá no haya ahora mismo oficio más ingrato que el de educador. Si los adolescentes andan perdidos, otra cosa no puede decirse de los educadores.

Por el movimiento, el cambio de escenarios, los muchos personajes, ambos capítulos son los más difíciles, técnicamente hablando, para hacer un plano secuencia. El plano subjetivo da una visión distorsionada de la complejidad de la relación del estado con el individuo y de los centros educativos.

Sin embargo, funciona perfectamente en los dos últimos. En el tercero, la cámara se encierra en una habitación con la psicóloga y el adolescente. El espectador, en los ojos de la psicóloga, trata de comprender. Se acerca al adolescente con un vaso de chocolate y gominolas, para acabar comprendiendo que no es un niño sino un personaje extraño el que tiene delante. Extenuado - al educador, a la psicóloga - se le escapa, no puede comprender.

El cuarto capítulo es el más duro y donde mejor funciona la cámara subjetiva. La familia, el día después. ¿Cómo soslayar la mirada de los vecinos, el brazo alargado con el índice apuntando? La cámara, con el padre, la madre y la hija, se mete en la furgoneta, huyendo de casa, el escenario de los recuerdos. ¿Cómo seguir adelante? ¿Cómo recuperar las rutinas?

Una serie notable.


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