martes, 25 de marzo de 2025

Invisibles (Sri Lanka)

 


Si hay una figura triste en las calles de Sri Lanka, esa es el perro. Esqueléticos, llenos de sarna y de garrapatas, cojos o malheridos, en ningún otro lugar los he visto tan desvalidos. Nadie los maltrata, tampoco nadie los atiende o les ofrece algo de comer. Deambulan por donde hay hombres, siempre alrededor, con los ojos tristes, perdida toda esperanza de que alguien les preste algo de atención, les mire siquiera. Hasta los cuervos, tan abundantes en este país, revolotean por encima o se plantan delante como si les animasen a perseguirlos, como burlándose de ellos, pero están tan desamparados, tan faltos de todo, de comida, de afecto, de atención que ni se inmutan. 




Pero hay otra figura que incluso está por debajo de los perros famélicos. Una figura invisible. Al menos a los perros se les ve y asumen su vergüenza. Has de abrir bien los ojos y mirar donde nadie mira. Es entonces cuando en un rincón, en una esquina, en un agujero los ves, solitarios, desfallecidos, sin alma, simplemente tirados. Todas sus pertenencias son plásticos, llenos de algo indefinible o vacíos, con una botella de agua como gran posesión. 




Si el príncipe Siddhartha Gautama, en su despertar (bodhi) debajo del ficus de Bodhgaya, comprendió, convirtiéndose en Buda, que había cuatro verdades nobles: la verdad sobre el dolor, la verdad sobre el origen del dolor, la verdad sobre el cese del dolor, y la verdad sobre su extinción, este hombre ha llegado a la extinción sin haber pasado por el camino de la iluminación. La pobreza tiene diversas figuras, la ves sobre el arcén junto a baratijas que nadie compra, deambular como animal de carga llevando cosas, la ves limpiando el camino por donde pasan los turistas, pero donde alcanza su figura definitiva es en el hombre extinguido que no se muestra.


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