martes, 18 de marzo de 2025

El pico de Adán



El silencio del agua brota como lluvia en el río que no veo, 

en las hojas de los árboles,

en los campos de té, 

en los tejados que la escupen, 

en la pareja hindú que se ciñe y camina de espaldas a mí 

hacia el arco de la casa oblonga

donde un fotógrafo

y un paraguas blanco extendido reflectan la luz verde 

verde la lluvia de ayer

verde soy instante soy naturaleza. 




Veo las terrazas del té, los altos eucaliptos de copas extendidas para dar sombra a las plantas, veo el pico cónico de Adán, el templo que corona la cima, el pico que ayer era el objetivo: 5200 escalones, 2243 m, 7 km, la multitud lo ascendía para llegar a la cima estrecha, donde todos no cabrían; sube la gente para recibir el sol de madrugada, el sol que no va a traspasar un cielo encapotado. 


Veo en el Buda la contradicción: la lucha agónica por sobrevivir con mansedumbre y renuncia a la vida potente y milagrosa, que ha de ser vencida, deshacerse del mundo para fundirse en la nada y así sobrevivir, el sueño imposible de toda religión, 

ese Buda dejó su huella en lo alto del pico, en la misma cima, sin haber puesto nunca los pies en ella, ni en la isla; la tradición lo dice, no lo dice la evidencia histórica.




Para los musulmanes la huella es de Adán, ahí cayó tras ser expulsado del Edén;

Para el Mahavamsa budista es del pie izquierdo de Buda, en una de las tres ocasiones en que estuvo aquí;

Para los cristianos es del apóstol Santo Tomás que estuvo aquí;

es de Shiva, dicen los hindúes que estuvo aquí.



Este instante de plenitud: plenitud de la visión, verde con puntos de color; 

Plenitud del sonido: aves, el agua monótona e invasiva, el rastrillo que limpia el sendero, un carpintero que percute;

Plenitud en la piel: el frío y el calor, la humedad,

las laderas aterrazadas del té, las hojas tropicales allá por donde mires, 

el pequeño grupo de casas llenas de color, 

la nube de humo que ahora emerge, el incansable canto de la aves;

humanos charlando, recolectoras de té, 


un instante como un retablo de lo irracional exuberante, que permanece con pequeñas variaciones que lo van modificando, 

en una, yo ya no estoy aquí, estoy en otro sitio ahora mismo, un lugar que mi presencia modifica, 

todo permanece en el instante hasta su extinción, la extinción a la que Buda aspiraba para permanecer.




No he traspasado la puerta, 

No he hecho sonar la campana, 

La campana que has de sonar cada vez que subas al pico de Adán,

La mañana recoge en su silencio rumoroso, en la luz tamizada, en la calida humedad que ahora me impregna, este instante,

Pero ya me desplazo, 

Este mundo ya no me pertenece, deja de existir.

No hay comentarios: