Esta vez no he visto muchas recolectoras del té. Tampoco veo que el proceso se haya mecanizado. Seguramente influye la lluvia, los días tormentosos que estamos viviendo. Los campos de té siguen siendo hermosos con su podado geométrico, la ondulación del terreno, los ligeros matices del verde. Ceilán, que dio el nombre a un tipo de té, sigue siendo uno de los grandes productores junto con China, India y Kenia.
Supongo que todo el mundo que viene a Sri Lanka acaba visitando una factoría del té. Hay autobuses enteros en el aparcamiento. Se nos explica al proceso de secado, triturado, fermentado si hace falta, y separación por calidades. En la calidad influye la región, pero también la altura del terreno: tierras altas, medias y bajas; las variedades derivan del proceso de fermentación y oxidación.
Al finalizar la sesión, antes de pasar por la tienda, se nos dan a probar tres tipos: blanco, verde y negro. Yo soy cafetero y no sé apreciar la diferencias. La vez anterior hice una gran compra y prácticamente todo el té se quedó sin usar.
Antes de ir a la factoría hemos pasado por la vivienda de nuestro chófer. Ha querido presentarnos a su familia en casa. La casa en una aldea, en el centro de una plantación de té. Por supuesto, nos ha ofrecido té y un rico bizcocho. La casa era sencilla pero cómoda. Nos ha presentado uno a uno a sus hermanos, a su madre, a su mujer, a sus hijos. Ha merecido la pena ver la alegría en su rostro, tener en su casa a estos visitantes extranjeros. Cuando salíamos los habitantes de la aldea estaba en el pie de su casa para saludarnos sonrientes.
El contraste lo ha puesto la visita a la llamada Pequeña Inglaterra, Nuwara Eliya, la ciudad más alta del país, pequeña pero singular, en el centro del Ceilán del té, donde los ingleses construyeron una ciudad a su estilo, con el gusto y estética a que están acostumbrados: el Post Office, el Parque central victoriano, el hipódromo, el banco, la casa del gobernador, las viviendas;
siguen manteniendo el cuidado algo ajado, el del colono que quería vivir bien, imitando a la clase alta, ahora sustituidos por los mandamases locales; vivir bien, entre otras cosas, supone tener trabajadores para realizar los trabajos duros y criados en la casa, casi por nada, todos de uniforme. Sri lanka es un museo vivo de los uniformes.
Para completar estas jornadas del Ceilán europeo hemos hecho el viaje en tren que todo buen turista ha de hacer. Es el tren que construyeron los británicos para llevar mercancías - el té- al mar, a Colombo; aún conserva la primera, la segunda y la tercera clase. Algunos cogen el tren en Colombo, junto al mar, para ir subiendo poco a poco hasta los campos de té. Nosotros lo hemos cogido en Nuwara Eliya hasta Ella, un recorrido montañoso, lleno de jóvenes mochileros. Es un tren de montaña que recorre plantaciones, bosques, cascadas, pequeñas poblaciones, con su estación de tren bien conservada; llaman la atención los huertos bien cuidados, los parterres y macetas llenos de flores. Desde el tren se ven los valles y pueblos o ciudades del fondo, envueltos en brumas o nubes bajas.
Ha llovido durante la mañana y la tarde con chaparrones intermitentes. Esta vez nos ha pillado a cubierto. La cena la hemos hecho en un pequeño hotel de Ella, quizá la mejor hasta ahora para mi gusto, con una sola pega, no tenían cerveza. Cuando la visité por primera vez, Ella era una pequeña estación. Ahora está llena de restaurantes, hoteles y bares de copas.
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