Parafraseando a Dickens este podía haber sido el mejor de los días o el peor. Hoy tocaba el empinado ascenso al emblema de Sri Lanka, la roca del león o Sigiriya. Desde lejos es un gran peñasco de formas redondeadas que domina el valle selvático de los alrededores.
Tiene una primera parte asequible y una segunda, después de un descanso aterrazado, empinadísima con escalones metálicos que parecen perderse en el infinito. Muchos llegan hasta ahí y dan la vuelta. No hace falta hacer el supremo esfuerzo, los jardines en torno a una larga avenida invitan al paseo y a la meditación budista.
En la terraza se encuentra la Puerta del León, desde la que se inicia el segundo ascenso por la escalera adosada a la roca o se hace el descenso por el llamado muro de espejo, una pared brillante donde hay unos bonitos frescos de cortesanas con pechos al descubierto.
Lo más llamativo está, sin embargo, al final de la escalada: los restos de un palacio, depósitos de agua en forma de estanques - cisternas cortadas en la roca - y jardines que siguen un diseño geométrico. Solo el poder absoluto que juega con lo imposible, explica la realización de semejante desafío.
El Mahavansa es el antiguo registro histórico de Sri Lanka. Describe a un joven impaciente, Kasyapa, hijo del Rey Dhatusena, a quién emparedó y dejó morir para heredar el trono que correspondía a su hermano Mogallana. Mogallana no se conformó y desde la India organizó un ejército para recuperar el poder. Fue entonces cuando Kasyapa (477 – 495) construyó un palacio fortaleza en la cumbre del Sigiriya. Mogallana planto batalla y conquistó lo que parecía inexpugnable. Kasyapa fue abandonado por sus soldados y no le quedó otra que arrojarse sobre su espada.
Tras la muerte de Kasyapa, siguió siendo un complejo monástico hasta el siglo XIV, cuando fue abandonado. Un explorador británico lo encontró en 1908, John Still. Los habitantes del país están orgullosos de esta obra magna. La consideran como la octava maravilla del mundo. La UNESCO lo confirmó en 1982, declarándola Patrimonio de la Humanidad.
El resto de la jornada, como digo, pudo ser el peor de los días. Uno de esas jornadas que organizan para turistas europeos. Ha empezado a llover y no ha parado en todo el día. Ya por la noche pareció desatarse el diluvio Universal. He pasado una mala noche con algo de fiebre debido al incontrolado frío que sale por las bocas heladas del autobús.
Unos carros guiados por bueyes nos han llevado por un camino bacheado hacia un lago, donde nos esperaban unos catamaranes muy sencillos para dar una vuelta por el interior de un lago. Paraguas, chubasqueros.
A la salida, en la cabaña de una aldea esperaban unas mujeres que, sobre una mesa, iban señalando los ingredientes de la comida que nos iban a ofrecer. Especias, verduras, arroz, pescado seco. 'No spicy', nos decían, pero ya sabemos que la comida picante no significa lo mismo para ellos que para nosotros.
Las mujeres, alegres, simpáticas, el aguacero imparable. Lo peor ha ocurrido cuando hemos salido de la aldea para volver al bus. Debíamos meternos en unos remolques descubiertos para volver: diluviaba, empapados de arriba abajo. A pesar de todo la gente se ha empeñado en realizar la siguiente actividad programada.
Esta vez los 4x4 tenían un toldo por encima. El objetivo ver una manada de elefantes en el Parque Nacional contiguo, en Habarana. Los elefantes han tardado en dejarse ver. El agua penetraba por los costados. El desfile de 4x4 era lo nunca visto. Un atasco inimaginable para ver una trompa una cola unas patas un colmillo. Los conductores cerraban el paso los unos a los otros procurando buscar un lugar que permitiese ver a los elefantes.
Al final, hemos visto alguno detrás de árboles o de matojos, eso sí, no parece molestarles la lluvia.
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