miércoles, 12 de marzo de 2025

7. Polonnaruwa

 


Hace ocho siglos gobernaban aquí reyes. El sitio arqueológico de Polonnaruwa es inmenso, con todo tipo de edificaciones: templos tumbas estatuas y estanques lagunas y stupas. Los elefantes de los parques nacionales de al lado ponen la nota naturalista, aunque eso está previsto para mañana; ahora solo vemos monos y perros.




En el siglo X la dinastía chola - cuyos extraordinarios templos vimos hace dos años en el sur de la India - convirtió Polonnaruwa en su capital. Los cingaleses del sudeste de esta isla los echaron en 1070, conservando Polonnaruwa como capital. El siglo XII fue el momento de esplendor cuando el rey Parakramabahu I hizo construir grandes edificios y parques y una reserva de agua de 25 km², a la que llamó el mar de Parakrama. El conjunto es patrimonio de la UNESCO desde 1982. Los Reyes sucesivos no estuvieron en condiciones de seguir la obra de Parakramabahu; en el siglo XIII comenzó la ruina.




Los arqueólogos han tenido que desenmarañar estos edificios de la vegetación que los cubria. Las condiciones, hoy, no han sido las mejores; veníamos cansado de Trincomalee, además, la lluvia nos ha aguado la tarde. Aún así, hemos visto lo más destacado del sitio en dos horas cuando se necesitan dos jornadas. 




Lo que primero llama la atención es el Palacio Real por su tamaño y por el buen estado relativo de conservación. Tenía muros de tres m. de espesor, 50 habitaciones - muchas



de ellas ocupadas por concubinas -, sostenidas por 30 columnas, en siete plantas, las tres primeras de ladrillo y las demás de madera. Más impresionante si cabe es la Sala de Audiencias, con un friso de elefantes dando la vuelta el edificio de planta cuadrada y una escalera que asciende hasta la sala, guardada por dos leones.


Un poco más abajo está la piscina del rey, con caños en forma de boca de cocodrilo. Hoy, el agua estancada de color verde no invita a darse un baño.




El segundo punto de interés es el Cuadrángulo Sagrado, un conjunto de edificaciones sobre una plataforma y protegidas por una muralla.  En el centro, el templo circular de la reliquias, con una terraza exterior de 18 m de diámetro,  cuatro puertas protegidas por cuatro piedras de luna - el felpudo - que dan a cuatro estatuas de budas sedentes. Cerca hay un templo hindú, el único que se conserva de la época de la dinastía chola. Por supuesto, hay varias stupas o dagobas; destacan dos, la más grande de 54 m de altura, de ladrillo ocre, y una segunda, blanca, que aún conserva el yeso de su construcción, hace 700 años. Llovía cuando entrábamos; hemos dado la vuelta en dirección al bus.




Pero si hay que destacar un lugar por encima de todos, este es la pared de los 4 grandes Budas de Gal Vihara - "monasterio de roca" - tallados en el granito de la pared, dos sedentes, uno de pie y otro recostado.





Tanto el Buda de pie de 7 m. como el recostado de 14, impresionan. La posición de este último parece indicar haber llegado al pirinirvana o nirvana después de la muerte. Es la estatua más perfecta y misteriosa de Sri Lanka. 




Cansados, tras una jornada tan intensa, hemos acabado en una sesión de masaje ayurvédico: aceites, dedos ágiles de la cabeza a los pies, estiramientos y una gran sudada en un cajón que parece un féretro: solo la cabeza queda fuera. Relajados, pero somnolientos, al menos yo, hemos vuelto al hotel para una cena no especialmente memorable.




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