Es una decepción, aunque no la más importante en lo que se refiere a la religión, esperar media hora a que comience la ceremonia, en un día como este en que se celebra la luna llena, y que lo único que se vea sean espaciadas entregas de ofrendas y repetitivos sonidos del dawula (tambor cilíndrico), de otro par de tambores gemelos y de un pequeño oboe cónico, durante la hora siguiente. Nada de cánticos, ni siquiera unos tristes platillos de mano de acompañamiento.
Cansados de esperar, nos ponemos en la apretada cola que sube una escalera para rendir homenaje al Diente de Buda - ese que un monje salvó en el último momento de la incineración: apretujados sudorosos olientes, eso sí, más respetuosos que los locales para guardar la posición en la cola. Ya delante del relicario solo vemos una nube de metal dorado bajo la figura de Buda, veloz el instante y el movimiento de la cola, nos apresuran los sirvientes de Buda; la nube dorada es un seguido de muñecas rusas, detrás del primero venía el segundo y el tercero, así hasta 7 relicarios, ensartados uno en otro, hasta contener el Diente. La cola sigue después hasta la sala del reverso del Buda dorado, a la biblioteca de documentos sagrados, a la sala de pinturas, al salón de audiencias y al palacio real; a medida que la cola se aleja del diente tiende a vaciarse y disgregarse.
No dudo que todo era magnífico: las puertas doradas, las estatuas, el artesanado y la marquetería de las paredes, las pinturas de la vida de Buda. Las bandejas de flores, casi todas blancas como los vestidos blancos de los fieles budistas, limpísimos y brillantes.
No dudo tampoco de la satisfacción de las gentes para entregarse a las plegarias, hermanados con el resto de los fieles, de ritualizar una parte de sus vidas, allí donde las diferencias desaparecen, el momento que les hace indistintos, cuando ponen entre paréntesis el dolor y la miseria, sea material o espiritual. Comete un grave error quien mira desde un escalón por encima, probablemente porque esté mirando en realidad desde un escalón por debajo.
Reconozco que me falta humildad. No he cogido una bandeja de pétalos blancos, no he juntado las palmas en el pecho en señal de piedad, me falta la calma, la paciencia y la negación de mí para quedar sobrecogido. He sobrevolado el lugar. ¿ Cómo comprender, entonces, lo que sucede en la mente de las gentes para quienes este día brilla por encima de los demás?
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