La mente occidental tan de vuelta de todo sospecha de cualquiera que se te acerque y pegue la hebra. Así nos ha sucedido con el joven, estilos Sandokan, que ha cazado al vuelo algunas palabras en español de nuestro grupo. Desconfianza. Su español era confuso, hablaba de Tarifa, de Bilbao y de Santurce al mismo tiempo. También de una novia cuyo nombre fue difícil entender. Tenía frases aprendidas en español y otras en inglés. Veníamos de la lluvia, otra vez una tormenta se ha desatado en el gran complejo de templos budistas de Kandy. Buscábamos el templo hindú de Shiva donde supuestamente se celebraba un gran festival, el que ayer entrevimos viniendo de Dambulla, al pasar por la ciudad de Matale. Se nos llenaron los ojos del colorido de la fiesta hindú.
El alto gopuram y sus coloridas esculturas vistas desde lejos, las mujeres con sus preciosos saris. Pedimos al chófer que parase pero no encontró aparcamiento. Aunque luego sí pudo parar delante de la casa del Príncipe, el ayudante de nuestro guía, así bautizado por las chicas del grupo, a quien habían convertido en una especie de hombre erótico esrilanqués, hasta que han visto a su mujer y a sus hijas. No podían creer que tuviese más edad de la que aparentaba.
Por lo que se nos cruzó la idea de volver a Matale, pero parece que el festival de 5 días concluía hoy a las 2 de la tarde. Así que hemos preguntado por un templo hindú en Kandy; nos han remitido al templo de Shiva. La realidad es que el templo está dentro del complejo budista. Hombres y mujeres todos vestidos de blanco bajo la lluvia, sonrientes y pacientes como se espera de un buen budista.
Cuando el guía improvisado, de cuyo nombre consigo acordarme, nos ha preguntado qué queríamos ver. Le hemos dicho que un templo hinduista, que no queríamos ir al mercado. Y nos ha llevado. El templo era pequeño, sin gopuram y dedicado a Krishna. Estaban a la espera de iniciar la ceremonia de la tarde. El guía nos ha puesto en contacto con uno del templo. Hemos pagado por poner nuestro calzado a resguardo, ya no llovía, pero hemos caminado sobre el agua y el barro. El hombre del templo nos ha llevado por las distintas capillas donde había una buena colección de dioses hindúes: otra ristra de nombres de difícil recuerdo. Después de dar la vuelta al recinto, hemos acabado en un cuarto para que saludar a un sacerdote de color naranja: hemos juntado las palmas e inclinado la cabeza a cambio, él nos ha ofrecido la bandeja del fuego para que cogiésemos la energía que desprendía y la llevásemos a nuestro cuerpo.
Ya nos íbamos cuando nos han indicado unos banquitos pegados a las paredes. El sacerdote ha sacado una botella de plástico con un líquido entre rosa y magenta. Nos iba preguntando el nombre a cada uno, nos hacía juntar las palmas, echaba echaba en ella un chorrito para que lo dejásemos caer sobre sobre nuestra cabeza y cuello; o a continuación nos bendecía utilizando nuestro nombre, una bendición de Sri lanka al mundo, eso dijo, en una segunda bendición para todos. Ya nos íbamos cuando nos ha vuelto a indicar los banquitos. Esta vez, el sacerdote naranja traía una libretita y un boli. En la página había tres campos, el del nombre, el del país y la cantidad de dinero que quisiéramos aportar. Por si acaso, ya había una fila llena con un nombre extranjero y 5000 rupias. Tras algunos momentos de confusión, hemos buscado en la cartera una cantidad que no nos tornase ridículos.
Solo entonces el ayudante nos ha permitido salir para que fuésemos a la capilla principal donde empezaba la ceremonia. Otro sacerdote desnudo de cintura para arriba, atendía con un nuevo plato en llamas, imponía una marca en la frente y recibía ofrendas o los donativos de los fieles. A nosotros ya no nos quedaba nada que ofrecer. Rápidos hemos salido de allí y desdeñado el resto de capillitas, buscando el lugar donde habíamos dejado el calzado.
Nuestro guía voluntario ha seguido con nosotros, empeñado ahora en que fuésemos al mercado. Siempre entre nosotros hay quien no elude la llamada del mercado. La familia del chico tiene un puesto de baratijas; allí estaba su hermano, un hombre circunspecto. Mañana es festivo y todo está cerrado, nos ha prevenido, también el sábado y el domingo. Aún así, no hemos caído en la tentación; creo que alguien compró algo de canela en rama. El chico ha sido amable. Nos ha ayudado a coger los tuk tuks y se ha sorprendido mucho cuando le hemos dado propina, creo que generosa.
Esta mañana cuando hemos vuelto a pasar por el centro el mercado estaba abierto. No he visto ninguna tienda que hubiese cerrado. Es propio del blanquito europeo la desconfianza inmotivada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario