Cada
uno de los personajes de El manantial representa ideas o sentimientos.
Gary Cooper, la libertad que emana de la honradez, Raymond Massey, el poder que
se consigue con la corrupción moral, a quien faltará valor para redimirse en un
acto final, Patricia Neal, la debilidad femenina en busca de amparo. Luego hay
figuras menores, totalmente abstractas, como el corruptor representado por
Robert Douglas o el hombre títere representado por Kent Smith. Es imposible ver
The Brutalist (2024) sin buscar correspondencias con The Fountainhead
(1949), la película de King Vidor con guion de Ayn Rand, que seguía su propia
novela.
La principal diferencia es que en The Brutalist las ideas y sentimientos
están encarnados, la abstracción es menos detectable, por así decir. László
Toth (Adrien Brody) es un arquitecto judío que llega de la Europa devastada,
tras salir del campo de concentración de Buchenwald. Allí deja a su mujer y las
obras construidas bajo el estilo moderno de la Bauhaus de Dessau. En América se
encontrará con los personajes que aparecían en El manantial, aunque algo
más complejos: un amigo de infancia que representa el mismo papel de hombre
títere; un corruptor racista y sexista - el hijo del empresario-, y, sobre todo,
el rico empresario industrial Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), forjado en
los ideales de Ayn Rand,
La película es larga (215 minutos), pero merece la pena desplazarse al cine y
contemplarla en pantalla grande y con el sonido adecuado para ir captando en
silencio y a oscuras lo que nos quiere transmitir. El descanso de 15 minutos es
necesario para entender lo que viene a continuación.
La segunda parte comienza con la llegada de la esposa, Erzsébet (Felicity
Jones), postrada en silla de ruedas, no recuperada de su encierro en el campo
de Dachau. Qué mejor representación de la fragilidad femenina; sin embargo, en
las últimas escenas, se mostrará como la realmente fuerte. El hombre rico
forjado a sí mismo ha descubierto la poderosa singularidad en la obra que
propone László Toth, un arquitecto que, como el personaje de Gary Cooper,
antepone todo a la materialización de su obra.
Hay una frase definitoria en la primera parte, cuando László Toth, recién
llegado de Buchenwald, dice algo así: '¿Qué quedará cuando haya sido olvidada
la humillación a la que hemos sido sometidos?'. El empresario, que financia la
obra, no concibe la superioridad moral del arquitecto: su obra quedará y él
pronto será olvidado. Tampoco le cabe cualquier intento de redención, por su
onda corrupción moral. En el lugar donde se concibieron gran parte de las obras
más bellas de la humanidad, la cantera del mármol de Carrana, Van Buren humilla
a László Toth de la peor manera que se puede humillar a un hombre.
¿Pero qué obra es esa por la que László Toth lo soporta todo y que la riqueza y
el poder de Van Buren nunca podrán concebir? En lo alto de un monte, cerca de
la ciudad, László Toth construye un edificio según los parámetros de la Bauhaus,
derivados hacia el brutalismo - una arquitectura nueva, sin adornos -, una obra
única, mezcla de biblioteca, lugar de encuentro y capilla. Un edificio de
paredes y techos altos de hormigón por el que, cuando el sol está en su cenit,
penetra la luz formando una cruz en el altar de mármol de Carrara, en el centro
de la capilla.
Ambas
películas representan momentos diferentes en la historia de EE UU. The
Fountainhead se hacía cuando el país emergía como la gran potencia de la
posguerra. Ayn Rand ofrecía en su novela, escrita en 1943, un modelo de acción
para el hombre americano, un hombre con ideas propias que no se somete a la
masa y que las antepone al propio bienestar. Es significativo que el
protagonista sea arquitecto. Se estaba (re)construyendo un mundo nuevo, un
mundo que desechaba las ideas importadas de Europa - el neoclasicismo - para
darle forma con materiales nuevos. Con semejantes abstracciones se forjaron los
líderes americanos.
The Brutalist parte de la misma época, evolucionando por décadas en que
parecía hacerse realidad el destino manifiesto. Qué imagen más potente que los
caballeros tecnológicos reunidos en la toma de posesión del rey Arturo Trump.
'Han dañado nuestro cuerpo, pero nada más', le dirá Erzsébet a László Toth en
el peor momento de su vida americana.
The Brutalist es un síntoma más del cambio de época, del retorno a la vida interior, a la dignidad y honradez de la vida propia frente a los nuevos guerreros medievales que quieren repartirse el mundo por áreas de influencia. 'No es el camino, es el destino', dice en el discurso final la sobrina nieta que homenajea a László Toth, dándole la vuelta a décadas de despreocupada inmanencia material, la vuelta a lo religioso desde las profundidades de la humillación.
La película es clásica y moderna a un tiempo. Se mide con las grandes obras del pasado. Usa todos los elementos técnicos y materiales - cada uno merecería un análisis detallado: la música, el montaje, el color, el propio cartel de la película contrastando con la edición original de la obra de Ayn Rand - a su disposición para crear un gran espectáculo, ofrece ideas para meditar sobre este tiempo y deja que el espectador las madure.
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