¿Es
el dolor consustancial a nuestra condición, el tapiz de fondo del que emergen
nuestras acciones y nuestros momentos de alegría, pero al que volvemos como el
pez que saca la cabeza fuera del agua o salta para volver a caer? Puede que
durante años no percibamos su existencia o que lo asociemos a algunos momentos
pasajeros de infelicidad o puede que creamos que nosotros nos libraremos, que
son otras personas, a quienes compadecemos, las que han caído en ese estado.
Eso parece mostrarnos la película Memory (Movistar).
La película está hecha para que brote en nosotros la compasión hacia sus dos
protagonistas, excelentemente interpretados por Jessica Chastain y Peter
Sarsgaard. La primera está sumida desde la infancia en un pozo de tristeza. El
segundo está empezando a caer en él. Pero si el dolor está asociado a la
temporalidad y materialidad de nuestros cuerpos, sometidos como los
electrodomésticos de nuestras casas a una obsolescencia programada, en su caso
hay un dolor añadido, el que procede de la convivencia insana con los
allegados. Lo que sufrió el personaje de Jessica Chastain nos recuerda
historias recientes como la de la hija de Alice Munro o de tantas escritoras
que lo han dejado por escrito. El de Peter Sarsgaard tiene que ver con la
desconsideración o maltrato que sufren algunas personas con algún tipo de
discapacidad, en un caso el comienzo de lo demencia.
La compasión es gratuita, apenas exige unas lágrimas, un momento de
entrañamiento pronto olvidado. La vida sigue tras un breve receso, enseguida
deja atrás a los sufrientes. Contemplar el dolor y la infelicidad de continuo
se hace insoportable. Así que el guion para retenernos traza una historia de
amor imposible entre ambos personajes: muy bien contada en la primera mitad y
en exceso melodramática en la segunda. La película se corta abruptamente cuando
ambos deciden que vivirán en un abrazo, dejando a nuestra imaginación la
continuidad.
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