martes, 18 de febrero de 2025

Memory Lane, de Patrick Modiano

 



"Y Paul, con su voz susurrante , evocaba el ruido de los cascos de los caballos al chocar con los adoquines de Saumur, al atardecer, cuando los animales regresaban al establo y los olores, la arena de los picaderos, los vinos ambarinos y todas esas cosas que hacen que la vida tenga un sentido".

 

Una vez más, Patrick Modiano vuelve a la memoria y al paso del tiempo, lo que fue, lo que pudo ser, en qué ha quedado todo aquello. Anagrama rescata un relato que Modiano publicó hace tiempo, en 1980. En su juventud Modiano fue guionista (Lacombe Lucien, por ejemplo); también hizo canciones para sus amigos. A alguna le puso voz Françoise Hardy. Esta vez parece que rescate una de esas canciones, una titulada Memory Lane, uno de cuyos versos le sirve para anudar el tiempo por el que discurre el relato, 'el camino de los recuerdos':

 

Only once do horses go down Memory Lane

But the traces of their hooves still remain...

(Los caballos solo pasan una vez por el camino de los recuerdos

Pero aún quedan las huellas de sus cascos...)

 

El narrador recuerda, 20 años después, cuando él tenía 20 años. Recuerda que a través de un amigo se acercó a un 'grupito' que en ocasiones frecuentó, pero al que no llegó a pertenecer del todo, entre otras cosas porque él era demasiado joven para ellos. Lo que recuerda con nostalgia es la vida que se fue. No solo la de aquellos personajes a los que va definiendo con una frase, una para cada uno, con ligeras modificaciones a lo largo del relato, lo suficiente para definir un carácter, una actitud ante la vida:

 

Paul Contour, el amante de los caballos, cuya voz susurrante encandilaba al grupo, que ponía en sus frágiles inversiones la misma seriedad que los niños en sus castillos de arena; la bella y lánguida Maddy, su esposa, siempre silenciosa ; el americano Doug, de tez colorada y picada de viruelas, náufrago en las playas de París tras la segunda guerra; Christian  Winegrain, 'el hijo del Banco de Crédito' y su inseparable Bourdon; Delval, el anticuario especialista en maderas claras, y de joven contorsionista de circo, acompañado siempre por la joven promesa del teatro, Michel Meurice; George Bellune, quien introdujo al narrador en el 'grupito' y Françoise, la joven acompañante de Winegrain, a quien ahora, cuando concluye el relato, el narrador encuentra en un cartel de  la rotonda de los Campos Elíseos, actriz famosa (¿Françoise Dorléac?), la única que ha tenido un después.

 

El narrador no solo recuerda a aquellos personajes sino a sí mismo con las expectativas que no se llegaron a cumplir.

 

La memoria, salvo si se hace patológica, sobrevuela los recuerdos tejiendo una red que se desdibuja. Así escribe Modiano, con frases que al lector se le hacen ligeras pero que le atrapan intentando captar el sentido del conjunto. Pero es ligera solo en la lectura, si uno se detiene en cada una ve su complejidad, un estallido de significados que le llevan más allá de la apariencia. Se diría que tal cosa está en la ligereza del idioma, frente a los más recios alemán, inglés o español. O quizás sea el espíritu francés, que también vemos en las películas de Jean Renoir o Eric Rohmer.

 



La vida puede atascarse en las dolientes nieblas en las que malgastó su vida Kierkegard, en los retorcidos ensimismamientos de Dostoyevski o Henry James o bien, como sucede con los personajes de Memory Lane, dejarse llevar con la brisa del Mediterráneo en la cara, en las playas de Cap d'Antibes, en la Costa azul. Claro que eso fue posible en un pasado que la memoria idealiza. Cuando el narrador, pasado el tiempo, sigue el rastro del grupito, comprueba cómo han decaído o transformado los lugares de la imaginación (Bougival, La Baule, Grosbois, La hacienda, el piso de la Avenida Paul Doumeur) y cómo el temblor de la vida ha ido abandonando a los personajes, desanudando la excitación que les unía, como estrellas vagando sin rumbo por el universo vacío hacia su extinción.

 

"Cuando regresé a Francia, tras una ausencia de diez años, me informé a través de las pocas personas susceptibles de darme noticias de los miembros del grupo. No fueron noticias muy buenas , y me hicieron comprender aún mejor que el tiempo había pasado. Yo, que tan a menudo observaba el envejecimiento ajeno, tuve que acostumbrarme, a mi vez, a la idea de que mi juventud tocaba a su fin".

 

El relato se acompaña con una serie de dibujos de Pierre Le-Tan, un ilustrador de origen vietnamita. No son meras ilustraciones. Los dibujos, con nota al pie, completan el propio relato.

 

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