Es el momento de las revueltas feministas contra el régimen de los ayatolás justo después de la muerte de Mahsa Amini. La joven kurda fue arrestada por llevar el velo mal puesto; murió en las dependencias policiales. El caso sacudió al mundo. La película se centra en una familia de clase media. El padre se convierte en instructor judicial, un paso antes de ser nombrado juez. Para ello se le exige que firme expedientes que conllevan la pena de muerte. Tras dudas iniciales, acepta ser un fiel servidor del régimen criminal a cambio de las promesas de ascenso social. Las dos hijas de la familia están al tanto de lo que ocurre en las calles. Una amiga suya ha perdido un ojo por la violencia policial. La madre atempera, teme que el padre entre en las listas que corren de los inhumanos servidores del régimen. Poco a poco la división social penetra en el interior de la familia y la rompe.
El director y guionista convierte a la familia en una alegoría de Irán. El padre un creyente convencido, que reza y sigue las reglas, unifica en un todo religión y política, y somete a la familia a un asfixiante control que va de la sospecha y el interrogatorio al encierro y la tortura. El padre para salvar su posición se convierte en enemigo de la madre y las hijas. La sociedad iraní no solo está sometida a un loco régimen teocrático, también a uno machista.
La película es alemana, es decir, las productoras son europeas, pero todo lo demás es iraní: el director y guionista, los actores y los técnicos. No es lo mismo hacer una película en Irán sobre el tema iraní que hacerlo libremente en Europa. Eso pesa sobre la película, la sensación de artificio. El interesante comienzo, el afán documental con los vídeos que se van mostrando en el teléfono de las hijas de la familia, sobre lo que ocurre en las calles, la violencia de la Policía contra las mujeres, la rebelión en los colegios y universidades, la sensación de que aquello puede estallar, de que al régimen islamista le queda poco tiempo, se va diluyendo y el metraje en la parte final se va alargando innecesariamente.
Que la idea sobre la que se monta la película sea buena, que la denuncia del régimen de los ayatolás sea necesaria, que haya que mantener la llama contra el escándalo de un régimen que brutaliza a la población, especialmente a la femenina, desde hace 46 años no hace que la película sea buena. Lo es mientras documenta lo que ocurrió en los días posteriores a la muerte de Mahsa Amini, pero va perdiendo interés cuando se centra en una floja intriga familiar y se hace ridícula, desde mi punto de vista, cuando lleva a la familia a una persecución hitchcockiana en el tercio final.
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