Dos
cuestiones se me plantean mientras estoy viendo esta película. La primera
fáctica, en torno a los hechos. Cuántos creen que esto sucedió, que había quien
sacaba una pistola debajo de la ropa y disparaba en la cabeza a una persona que
desayunaba tranquilamente en un bar, acompañada, o que caminaba, solo, por la
calle, individuos que eran adiestrados para ello, que había una organización
que los dirigía, que trazaba planes y que señalaba objetivos, que fríamente mandaba
matar. Que eso sucedía mientras la mayoría tomaba baños de sol en la playa o se
dirigía a la oficina a las 8 de la mañana para fichar. Mudos, unos por miedo y
otros asintiendo. Sucedió y ahora parece como que no, como que no sucedió.
Quienes iban a la playa o quienes fichaban a las 8 de la mañana, ahora, la
mayoría, en el momento cívico del ejercicio de responsabilidad que es elegir a
representantes para gobernar los asuntos públicos, dan el plácet a los
creadores de la atmósfera social que hizo posible aquello - el nacionalismo - o
directamente al partido que surgió de aquella organización criminal.
El segundo
asunto es psicológico y no lo acaba de resolver la película. La infiltrada
convive con un terrorista. No tengo nada que decir contra la infiltración,
sumergirse en el inframundo del terror para salvar vidas. De hecho, la policía
que se infiltró salvó vidas. El asunto es el enganche sexual de la policía
infiltrada con el terrorista. Esta es la pregunta: ¿era necesario?, ¿procedió
la policía dejándose llevar por el instinto? ¿Puede la atracción sexual saltar
por encima de la razón y de la conveniencia? Lo vemos a menudo en películas y
en la vida real, mujeres, sobre todo, absorbidas por psicópatas. La película no
ahonda en la cuestión. Se queda en el primer asunto, lo que parece lógico tal
como está planteada, pero el asunto psicológico es de más largo alcance.
La
infiltrada es una
buena película, de las que hay que ver, de las que hay que ver sobre todo en el
Triángulo del Norte, con testimonios divergentes al respecto, pero no
necesariamente contradictorios: una pareja, en Mondragón, contaba que ellos
eran los únicos que estaban viendo la película; otro, desde Donosti, decía que
la había visto a sala completa.
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