Se acababa de estrenar la francesa La bête dans la jungle, de Patrick
Chiha, con el mismo título que el cuento de Henry James (festival de Berlín,
febrero de 2024) cuando se presentaba en Venecia (agosto 2024) la también
francesa The Beast, de Bertrand Bonello. Antes, en el 2017 y en el 2019 había
habido una brasileña y una holandesa (The Beast in the Jungle, de Clara van Gool). La cultura francesa parece especialmente tocada por el
relato: Marguerite Duras lo convirtió en obra de teatro, también con el mismo
título, representada en 1962 y en 1981. Y con el título de La Bête dans la
jungle se estrenó la ópera de Arnaud Petit en la Ópera de Colonia el 14 de
abril de 2023. Muchas más referencias y citas se encuentran en otras películas
y novelas (David Lodge, Oppenheimer, Colm Toíbín). Qué tienen los personajes de
James que decirnos, por qué volvemos a ellos con tal insistencia.
En la película de Patrick Chiha el mundo es un escenario, una pista de baile
claustrofóbica por donde van pasando las décadas (de 1979 a 2004), con las
músicas propias, del dance al techno, del hippismo a la elección de Mitterrand
como presidente de Francia, del sida y la caída del muro de Berlín al 11S de
Nueva York y la globalización, acontecimientos que no aparecen en escena sino
de los que se habla. Todo sucede en la burbuja de la pista de baile. Para
acceder a ella, hay que pasar por dos personajes enigmáticos, una mujer que
incita a la fiesta y un hombre que lleva las cuentas. John y May, el John
Marcher y la May Bartram del relato, cada sábado, durante 25 años, se
encuentran en la pista de la discoteca que, precisamente, se llama La Bête
dans la Jungle.
Él, paralizado, apático, insensible, a la espera de que algo suceda, algo que
impulse o trastorne su vida. Tiene miedo y esperanza. May se compromete a
esperar lo que sea con él. John se limita a ver pasar la vida, nunca baila, ni
hace vida con nadie. Ella quiere vivir: sale a la pista y baila, tiene amigos, busca
una pareja y vive con ella, hasta que cae en la melancolía y junto a él se pone
a observar con indolencia lo que pasa ante sus ojos, perdida la vitalidad que
le caracterizaba, cada vez menos esperanzados y más temerosos, la misma espera
estéril que en Esperando a Godot, dominados por la angustia, porque,
acaso, lo que les espera es algo malo, una amenaza invisible, la que se
menciona una sola vez en el relato de Henry James, la bestia que acecha en la
oscuridad: "Alguna cosa le aguarda, entre los giros y meandros de los meses
y los años, como una fiera agazapada en la selva". Al final, la parálisis parece
la mejor opción, exclama John: Qué puede haber mejor que no sufrir.
La película es fiel al espíritu del relato de Henry James, incluso en el único
escenario claustrofóbico. La incomprensión en la lectura del relato de James se
traslada a la atracción inexplicada de los personajes de la película y, como en
él, el final es insatisfactorio. El espectador no se siente implicado en la
historia, le da igual lo que les pase. Quizá era ese el objetivo.
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