En
seis episodios Javier Giner cuenta su experiencia personal en un programa de desintoxicación. En el primero cuenta el estado en que llegó al hospital donde van a intentar recuperarlo. Es
el más duro, el más dramático.
En el segundo y el tercero cuenta el proceso de recuperación, las relaciones con el personal del hospital y
con los compañeros intoxicados. Hay quien puede salir, quien reincide, quien se
encuentra en un callejón
del que no saldrá. El cuarto es
la historia de uno que comienza el proceso, pero que en cuanto tiene una
oportunidad escapa y vuelve a la vida loca, desenfrenada. El quinto trata de la
difícil relación con los
padres, la culpa, el estrago familiar. En el sexto, más breve, Javier Giner da las gracias y vuelve a la
ciudad, Barcelona. Su historia es una historia de éxito donde tantos fracasan.
La
serie adopta el género yoísta,
entre la autoayuda y la confesión.
El autor escribía un diario en
los días del
tratamiento. Cuando las confesiones se trasladan a la pantalla no acaba de
funcionar del todo porque son demasiado largas. Funciona mejor cuando la cámara muestra al personaje en acción, magníficamente
interpretado por un Oriol Pla hipnótico.
La
serie a pesar de sus defectos es una serie necesaria. La adicción a las drogas y al alcohol acaban en enfermedades
graves de difícil recuperación. Enfermedades psicosomáticas y sociales. Hay una responsabilidad aún no juzgada en la benevolencia y tolerancia hacia
las drogas.
En
cambio, Los años nuevos, otra serie reciente, se me ha hecho pesada,
plomiza, pretenciosa, una engañifa, y solo hablo de lo que he visto, el primer
capítulo. Desconozco si hay vida después.
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