jueves, 19 de diciembre de 2024

Yo, adicto

 


 

En seis episodios Javier Giner cuenta su experiencia personal en un programa de desintoxicación. En el primero cuenta el estado en que llegó al hospital donde van a intentar recuperarlo. Es el más duro, el más dramático. En el segundo y el tercero cuenta el proceso de recuperación, las relaciones con el personal del hospital y con los compañeros intoxicados. Hay quien puede salir, quien reincide, quien se encuentra en un callejón del que no saldrá. El cuarto es la historia de uno que comienza el proceso, pero que en cuanto tiene una oportunidad escapa y vuelve a la vida loca, desenfrenada. El quinto trata de la difícil relación con los padres, la culpa, el estrago familiar. En el sexto, más breve, Javier Giner da las gracias y vuelve a la ciudad, Barcelona. Su historia es una historia de éxito donde tantos fracasan.

 

La serie adopta el género yoísta, entre la autoayuda y la confesión. El autor escribía un diario en los días del tratamiento. Cuando las confesiones se trasladan a la pantalla no acaba de funcionar del todo porque son demasiado largas. Funciona mejor cuando la cámara muestra al personaje en acción, magníficamente interpretado por un Oriol Pla hipnótico.

 

La serie a pesar de sus defectos es una serie necesaria. La adicción a las drogas y al alcohol acaban en enfermedades graves de difícil recuperación. Enfermedades psicosomáticas y sociales. Hay una responsabilidad aún no juzgada en la benevolencia y tolerancia hacia las drogas.

 

En cambio, Los años nuevos, otra serie reciente, se me ha hecho pesada, plomiza, pretenciosa, una engañifa, y solo hablo de lo que he visto, el primer capítulo. Desconozco si hay vida después.

 


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