viernes, 27 de diciembre de 2024

En la senda de Aristóteles

 


Hacer lo correcto si uno aspira a vivir bien era la máxima por la que se regía Aristóteles.


Pero cómo saber qué es lo correcto. Mire hacia donde uno mire, lo que vemos invita a hacer lo contrario de lo que vemos. Los que están al frente de las comunidades humanas en cualquier lugar están ahí para apoderarse de territorios, de países, de las riquezas, como si ser político consistiese en robar. Como Diógenes con el candil, parece inútil buscar un político honrado. Los filántropos no me interesan, porque carece de mérito desprenderse de una parte de su cuantiosa riqueza para hacer el bien. Se desprenden de lo que no tiene valor para añadir a su fortuna fatuas virtudes que les aureolen, como la filantropía, encumbrándose por encima de los míseros de este mundo. La motivación religiosa para hacer el bien me trae al pairo, porque no es de este mundo.

¿Entonces qué es lo correcto? Si uno busca vidas ejemplares, está en primer lugar Jesús de Nazaret, pero lo que sabemos de él son testimonios de segunda mano, hombres que escribieron décadas después. Y más tarde hagiografías exotéricas. Luego tenemos a los filósofos clásicos, los hedonistas, los estoicos, los socráticos. De ellos conocemos algunas de sus virtudes y algunos de sus defectos. Sócrates, también Séneca, aceptó mansamente su condena, lo que no parece lo correcto. Platón, y con él los cristianos, despreciaba al mundo en el que vivía para poner sus esperanzas y aspiraciones en otro invisible. Y luego está, Aristóteles, el Aristóteles que me acaba de descubrir Judith Hall en su En la senda de Aristóteles. Qué poco sabía yo de él y, sin embargo, cuanto de lo que pienso y hago está influido por él.

Incompresiblemente, Michael Ignatiev en su muy recomendable En busca del Consuelo se saltó al filósofo más reflexivo y observador, y que partía de su propia experiencia para filosofar. La extraordinaria personalidad de Aristóteles.

Aristóteles vivió en una envidiable encrucijada. Vivió desde dentro el momento en que las polis griegas decaían como poder político, pero triunfaba, gracias al impulso de Alejandro Magno, su forma de entender el mundo y de organizar la vida ciudadana. Aristóteles supo encontrar en ese momento el mejor modo de vivir para ser feliz. Para ello, comprendió dos cosas, que él, un ser humano como cualquier otro, era el agente de su propia vida y que, para lo bueno y para lo malo, debía contar con la suerte.

Cuando habla de principios morales, Aristóteles tiene en cuenta su experiencia: perdió a sus padres cuando empezaba la adolescencia, pasó muchos años soltero antes y después de la muerte de Pitias, su primera esposa, de quien tuvo una hija del mismo nombre. Se unió a otra mujer, Herpílide, oriunda de Estagira como él, aunque no se casó con ella, pero reconoció al hijo de ambos, Nicómaco, a quien dirigió su primera ética. Adoptó a su sobrino Nicanor, hijo de su hermana. A todos los tuvo en cuenta en su testamento. Cultivó un círculo de amigos leales: Hermias, rey de Aso; Teofrasto, con quien fundó el Liceo.

Su padre, Nicómaco, era médico. Un médico que a tenor de lo que sabemos pensaba como científico y conocía las verdades del alma -psique (la depresión, los desórdenes mentales). Fue tutor del hombre más poderoso de la época. Discípulo del hombre más inteligente, Platón, en el momento en que Atenas era la capital del mundo. Fue amigo de hombres poderosos e inteligentes, Hermias y Teofrasto. Por envidia, no se le escogió como director de la Academia, tras la muerte de Platón. Se prefirió a un mediocre. Por eso fundó el Liceo, dando al mundo la ocasión de expresar sus dos perspectivas: frente al idealismo platónico, que preservaba el bien, la belleza y la bondad fuera de este mundo, el Liceo se ocuparía de la realidad de las cosas: conocer este mundo para vivir de la mejor manera posible.

Se casó con la hija o hermana de Hermias, Pitias, que murió pronto, pero le dejo una hija con el mismo nombre. No se llegó a casar con Herpílide, que le dio a su hijo Nicómaco, el de la ética, quizá porque era de una clase social inferior, esclava o liberta, aunque la amaba, como quedó claro en su testamento. Encargó un retrato de su madre. De Pitias y de su amigo Hermias mandó esculpir estatuas y les dedicó poemas, tras su muerte. Ahijó a su sobrino Nicanor. Al morir su amigo Alejandro, como Sócrates fue acusado de impiedad, pero al contrario que este, no se amilanó. Dejó a Teofrasto al cuidado del Liceo y pasó sus últimos días en Calcis, aquejado de un cáncer estomacal, en compañía de los clásicos y poniendo orden es su legado con un cuidadoso testamento.

Conociendo su vida adquiere pleno valor su obra. Aristóteles tuvo suerte en muchos aspectos de su vida y al mismo tiempo se empeñó en hacer lo correcto. Sus escritos se fundamentan en la observación de una mente científica. Ofrece minuciosos detalles sobre la vida de animales y plantas. Y deja constancia de que su objetivo de Vivir Bien, es decir, ser feliz, tenía como base su propia vida y la orientaba. Una vida ejemplar.

Si nos resulta tan familiar Aristóteles es porque hemos asumido en gran parte su concepción del mundo. Ya sea en la distinción entre amistad primaria y secundaria, en la superioridad de la democracia frente a otros sistemas políticos, y por encima de todo, sus principios morales contenidos en la Ética a Nicómaco, fundados en el conocimiento de la naturaleza humana y en su propia experiencia como padre, cientos de filósofos, científicos y políticos han tenido como guía su manera de aproximarse a las cosas, de mirar hacia arriba, de pensar la vida pública, de analizar las artes, de concebir la buena vida, de tomar, siempre que la suerte lo permita, el destino en las propias manos. Aristóteles no solo nos transmitió el mejor modo de conocer y comprender el mundo, también el mejor modo de actuar en él y de gobernar sobre nosotros mismos.


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