Hacer
lo correcto si uno aspira a vivir bien era la máxima por la que se regía
Aristóteles.
Pero cómo saber qué es lo correcto. Mire hacia donde uno mire, lo que vemos
invita a hacer lo contrario de lo que vemos. Los que están al frente de las
comunidades humanas en cualquier lugar están ahí para apoderarse de
territorios, de países, de las riquezas, como si ser político consistiese en
robar. Como Diógenes con el candil, parece inútil buscar un político honrado.
Los filántropos no me interesan, porque carece de mérito desprenderse de una
parte de su cuantiosa riqueza para hacer el bien. Se desprenden de lo que no
tiene valor para añadir a su fortuna fatuas virtudes que les aureolen, como la
filantropía, encumbrándose por encima de los míseros de este mundo. La
motivación religiosa para hacer el bien me trae al pairo, porque no es de este
mundo.
¿Entonces qué es lo correcto? Si uno busca vidas ejemplares, está en primer
lugar Jesús de Nazaret, pero lo que sabemos de él son testimonios de segunda
mano, hombres que escribieron décadas después. Y más tarde hagiografías
exotéricas. Luego tenemos a los filósofos clásicos, los hedonistas, los
estoicos, los socráticos. De ellos conocemos algunas de sus virtudes y algunos
de sus defectos. Sócrates, también Séneca, aceptó mansamente su condena, lo que
no parece lo correcto. Platón, y con él los cristianos, despreciaba al mundo en
el que vivía para poner sus esperanzas y aspiraciones en otro invisible. Y
luego está, Aristóteles, el Aristóteles que me acaba de descubrir Judith Hall
en su En la senda de Aristóteles. Qué poco sabía yo de él y, sin
embargo, cuanto de lo que pienso y hago está influido por él.
Incompresiblemente, Michael Ignatiev en su muy recomendable En busca del
Consuelo se saltó al filósofo más reflexivo y observador, y que partía de
su propia experiencia para filosofar. La extraordinaria personalidad de
Aristóteles.
Aristóteles vivió en una envidiable encrucijada. Vivió desde dentro el momento
en que las polis griegas decaían como poder político, pero triunfaba, gracias
al impulso de Alejandro Magno, su forma de entender el mundo y de organizar la
vida ciudadana. Aristóteles supo encontrar en ese momento el mejor modo de
vivir para ser feliz. Para ello, comprendió dos cosas, que él, un ser humano
como cualquier otro, era el agente de su propia vida y que, para lo bueno y
para lo malo, debía contar con la suerte.
Cuando habla de principios morales, Aristóteles tiene en cuenta su experiencia:
perdió a sus padres cuando empezaba la adolescencia, pasó muchos años soltero
antes y después de la muerte de Pitias, su primera esposa, de quien tuvo una
hija del mismo nombre. Se unió a otra mujer, Herpílide, oriunda de Estagira
como él, aunque no se casó con ella, pero reconoció al hijo de ambos, Nicómaco,
a quien dirigió su primera ética. Adoptó a su sobrino Nicanor, hijo de su
hermana. A todos los tuvo en cuenta en su testamento. Cultivó un círculo de
amigos leales: Hermias, rey de Aso; Teofrasto, con quien fundó el Liceo.
Su padre, Nicómaco, era médico. Un médico que a tenor de lo que sabemos pensaba
como científico y conocía las verdades del alma -psique (la depresión, los
desórdenes mentales). Fue tutor del hombre más poderoso de la época. Discípulo
del hombre más inteligente, Platón, en el momento en que Atenas era la capital
del mundo. Fue amigo de hombres poderosos e inteligentes, Hermias y Teofrasto.
Por envidia, no se le escogió como director de la Academia, tras la muerte de
Platón. Se prefirió a un mediocre. Por eso fundó el Liceo, dando al mundo la
ocasión de expresar sus dos perspectivas: frente al idealismo platónico, que
preservaba el bien, la belleza y la bondad fuera de este mundo, el Liceo se
ocuparía de la realidad de las cosas: conocer este mundo para vivir de la mejor
manera posible.
Se casó con la hija o hermana de Hermias, Pitias, que murió pronto, pero le
dejo una hija con el mismo nombre. No se llegó a casar con Herpílide, que le
dio a su hijo Nicómaco, el de la ética, quizá porque era de una clase social
inferior, esclava o liberta, aunque la amaba, como quedó claro en su
testamento. Encargó un retrato de su madre. De Pitias y de su amigo Hermias
mandó esculpir estatuas y les dedicó poemas, tras su muerte. Ahijó a su sobrino
Nicanor. Al morir su amigo Alejandro, como Sócrates fue acusado de impiedad,
pero al contrario que este, no se amilanó. Dejó a Teofrasto al cuidado del
Liceo y pasó sus últimos días en Calcis, aquejado de un cáncer estomacal, en
compañía de los clásicos y poniendo orden es su legado con un cuidadoso
testamento.
Conociendo su vida adquiere pleno valor su obra. Aristóteles tuvo suerte en
muchos aspectos de su vida y al mismo tiempo se empeñó en hacer lo correcto.
Sus escritos se fundamentan en la observación de una mente científica. Ofrece
minuciosos detalles sobre la vida de animales y plantas. Y deja constancia de
que su objetivo de Vivir Bien, es decir, ser feliz, tenía como base su propia
vida y la orientaba. Una vida ejemplar.
Si nos resulta tan familiar Aristóteles es porque hemos asumido en gran parte
su concepción del mundo. Ya sea en la distinción entre amistad primaria y
secundaria, en la superioridad de la democracia frente a otros sistemas
políticos, y por encima de todo, sus principios morales contenidos en la Ética
a Nicómaco, fundados en el conocimiento de la naturaleza humana y en su propia
experiencia como padre, cientos de filósofos, científicos y políticos han
tenido como guía su manera de aproximarse a las cosas, de mirar hacia arriba,
de pensar la vida pública, de analizar las artes, de concebir la buena vida, de
tomar, siempre que la suerte lo permita, el destino en las propias manos.
Aristóteles no solo nos transmitió el mejor modo de conocer y comprender el
mundo, también el mejor modo de actuar en él y de gobernar sobre nosotros
mismos.
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