jueves, 26 de diciembre de 2024

Cónclave

 


 

Por encima del género navideño que llena la cartelera cinematográfica, hay una película que merece la pena. Cónclave. Respeta las tres unidades que Aristóteles exigía a los buenos dramas. Unidad de lugar: los cardenales quedan encerrados en las salas del Vaticano - cónclave- tras la muerte del Sumo Pontífice; unidad de tiempo: el que discurre hasta elegir al nuevo Papa; unidad de acción: la trama de poder que se despliega sin disimulos.

Es un drama shakespeariano sin sangre, en el que el poder se asocia a lo masculino, todos los cardenales lo son, con leves insertos de Isabella Rossellini, y una pequeña sorpresa final, el arancel que muchos están dispuestos a pagar para acomodarse a las exigencias del tiempo presente - lo woke. La tramoya del poder se muestra en sus diversas variantes: el chantajista emocional, el ideológico -hay dos corrientes enfrentadas como en lo político, la liberal y la conservadora-, el poderoso que compra voluntades con promesas y dinero, el taimado que hace como que no desea, que no quiere de ningún modo ser el nuevo Papa.

Los actores, todos viejos, están espléndidos, con Ralph Fiennes a la cabeza, la escenografía imponente, como se espera de algo que sucede en el Vaticano, la tensión se corta como la patena que se desliza por la barra de mantequilla -aquí abriendo y cerrando la urna. No hay disputas teológicas, solo ambición, lucha descarnada, no sangrienta como digo, por el poder. En algún momento parece que sobrevuela el Espíritu Santo para escribir en la papeleta el nombre cabal, pero no es tal, sino la onda de una explosión lejana que perturba brevemente a los encerrados. Entretenida.

 


No hay comentarios: