En una sociedad ideal la profesión de fontanero tendrá el
exacto valor de un neurocirujano y un futbolista no tendrá mayor recompensa que
un camarero. La naturaleza reparte sus dones al azar (no exactamente, sigue
recónditos planes difíciles de trazar). Es primera obligación de cada individuo
saber qué le gusta, descubrir aquello para lo que está dotado. De ello depende
su realización personal. La educación ha de orientar y descubrir el potencial
de los niños o adultos que tienen entre manos.
Por tanto, no hay mérito en ser físico nuclear o autor de un
superventas. La pastora feliz que conoce las mejores veredas para llevar a su
ganado o el chico que atiende a los bebés en una guardería vale tanto como
aquellos, pues si ese es el camino que ha escogido porque le hace feliz, para
el que la naturaleza le ha dotado, está cumpliendo con la finalidad que da
sentido a su vida. Las personas que ejercen una actividad que les procura
placer son casi siempre las mejores en su profesión, advirtió Aristóteles.
Si cada uno desarrollase su potencial, alertado por el
placer que le produce determinada actividad, la sociedad sería más eficiente.
'Todos los hombres por naturaleza desean saber', así abre Aristóteles su
Metafísica. Es la inteligencia colectiva -la suma de individuos que realizan
sus habilidades- la que crea civilización. No somos conscientes del enorme
desperdicio de talento y potencial de los seres humanos.
" Así pues, que el
legislador debe ocuparse sobre todo de la educación de los jóvenes, nadie lo
discutiría; de hecho, en las ciudades donde no ocurre así, eso daña los
regímenes". Libro VIII de la Política. Aristóteles.
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