¿Hasta qué punto somos dueños de nuestra vida? Dejemos de lado la idea loca e inverificable, al menos de momento, de que somos figuras de una simulación, objetos informáticos de un programa diseñado por una inteligencia superior. (Ahora caigo en que el Dios dado por muerto hace siglo y medio vuelve recurrentemente bajo otros disfraces).
El pensamiento humano avanza decididamente hacia la claridad (la verdad). Poetas filósofos científicos se afanan por hacer luz. Ahí están las obras escritas, el paisaje modificado del planeta, la inmensa obra que es la ciudad, las prodigiosas extensiones del ojo humano para mirar lejos en el cosmos o en el interior de la mente humana, la extensión de la vida, el saneamiento. Pero la mente humana no es la inteligencia del individuo. Está Sapiens y está Pepito. Si se diese una casi extinción de la especie, Sapiens volvería a reconstruir las herramientas de la supervivencia, pero Pepito sería incapaz de rehacer el menor de los ingenios que utiliza en su vida diaria.
Tenemos una idea de dónde están las instrucciones, de cómo se edifican cuerpo y mente, los genes como unidades de información que las contienen. Sabemos de la propia construcción, la fisiología, los circuitos, el cableado electroquímico que nos hace semovientes. Exentos, puestos en movimiento, dotados de habla, activos, ¿qué hace que seamos individuos? ¿Hasta dónde llega nuestra autonomía? ¿ Somos independientes, libres?
Fue Richard Dawkins, el que enfatizó la importancia del gen, quien puso a rodar el concepto de meme. Ser consciente no tiene por qué estar asociado a la voluntad de ser libre. Ha habido épocas históricas en las que buena parte de la humanidad era esclava de otros hombres sin cuestionarse su condición (como las mujeres no lo hicieron hasta hace poco, o los negros o los asiáticos). Solo unos pocos hombres -Sapiens- lo hicieron. Esos pocos plantaron la semilla -meme- en la mente de los esclavos para que germinase y se enderezase la voluntad de ser libres.
Sapiens llegó a la convicción de que los dioses no existen, sin embargo, hay muchos individuos que no se han dado por enterados, siguen con sus ritos y prácticas supersticiosas. Lo mismo vale para la superstición política o cualquier otro tipo de superstición a la que nos aferramos para maltapar el oscuro agujero.
El pensamiento del individuo está lleno de automatismos. Se piensa poco. Lo que decimos, la cháchara, la conversación encadenada, y lo que hacemos, en consecuencia, tiene su origen fuera de nosotros. Esclavos de los memes que otros siembran en nuestra mente. ¿El cajón de conceptos que manejamos lo usamos para adaptarnos al tráfico de la vida social (medrar, pertenecer a grupos y asociaciones, ser sociable, no ser excluido) o para conocer la realidad, la verdad de las cosas y el mundo? ¿No hay incompatibilidad entre buscar la verdad a toda costa y aceptar las constricciones del grupo de pertenencia? Si la primera verdad del individuo es su soledad existencial, ¿no es el mayor temor verse rechazado socialmente?
No debería importarnos tanto el contenido de nuestra mente -si pensamos esto o lo otro- como conocer los procesos por los que adoptamos y retenemos ideas que no son nuestras y que nos impiden emanciparnos, tener personalidad propia. Si ello es posible, porque viendo y escuchando se hace verosímil la hipótesis de que podemos vivir en una simulación. (Un terrible enemigo acecha: las extensiones tecnológicas qué harán de nosotros un cyborg, un hombre máquina).
El proyecto ilustrado no se completará hasta que los hombres, el individuo, se hagan conscientes de cómo se forjan las ideas que nos hacen hacer lo que hacemos. Si la primera parte de la modernidad consistió en la emancipación de los esclavos (de la mujer, de la extinción del racismo), la segunda parte consistirá en la emancipación mental. ‘Tiniebla más que luminosa’ llamó el Pseudo-Dionisio Aeropagita a la Superstición. Ese es el programa de Sapiens, desenmascararla, hacer caer la primera parte del sintagma para ser hombres iguales, libres y fraternos, es decir luminosos.
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