Tras comer en un Saona, que ha duplicado el precio desde la última vez, camino con lentitud fijándome en las cosas. Esquerra del Eixample, Rambla de Catalunya abajo. La ciudad dibuja cuatro cuadrantes, Paseo de Gracia con las Ramblas y Gran Vía. Por donde voy dominan europeos y locales de clase media y media alta. Entran y salen de restaurantes, cafeterías, locales gastronómicos, dulcerías de todo tipo, tiendas del cuidado, adornos para el hombre y la mujer, para el hogar. Las viejas tiendas a las que yo acudía ya no están.
Cruzada la Gran Vía, en la plaza de Cataluña, hace monerías con palomas para dejar constancia en instantáneas el turismo masivo, low cost. Por debajo, la otra inmigración, musulmana y latina. Oigo idiomas, se diría que cada vez menos los propios.
Camino por el Carrer de la Canuda en dirección al Decathlon para comprar últimas cosas para Guinea. No hay muchos a esta hora. De frente viene una pareja, ella cubierta del tobillo a la coronilla con un hábito negrísimo, un burka. Al aire solo la rendija de los ojos. El hombre de tez oscura va ligeramente por delante. Tranquilos, acomodados, nadie repara en ellos. No son ricos del Golfo entrando en Loewe. Es la parte baja de Barcelona, la zona del Raval cercana a la vieja catedral gótica.
Barcelona es decididamente multicultural, constato. Los estratos sociales conviven en la ciudad pero no en barrios y calles. Apenas se mezclan las calles diferenciadas. La ciudad está viviendo por encima de sus posibilidades, pienso.
Cuánta población no podrá pagar el sobrecoste. Durante cuánto tiempo se mantendrá el precario equilibrio. La vieja población que vivía aquí antes de que todo haya cambiado, sus pensiones, el escaso salario de la inmigración. Dónde viven, en qué pisos, cómo de arracimados.
La casta política de siempre distribuye el presupuesto, se lleva los porcentajes, las comisiones de las exiguas pagas. La ciudad es otra. Si vives el día a día no ves lo que ves cuando dejas pasar el tiempo y vuelves.
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