El tiempo del universo es incontable o casi. El del hombre efímero. Cada uno vive con su hermana gemela, la angustia, atenazado por la brevedad. El hombre llega a este mundo solo y solo se va. En el mientras tanto busca la mejor compañía. Difícilmente acierta. En el hasta aquí la naturaleza ha obrado el milagro de la vida. Y un segundo milagro, el de la consciencia. Unas especies de otras se han ido ramificando, tomando de aquí y de allá lo que era útil para sobrevivir, para permanecer. Todo ser vivo busca la permanencia, pero su extinción está programada, nada se salva de deshacerse en la nada. Así yo, compuesto de compuestos, heredero de mis padres, del simio y del mamífero, de la rana y de las plantas.
En mi gestación se reproduce la historia de la vida, fruto ocasional de los incontables cambios que han tenido que producirse para que yo sea. Soy hijo del azar, pero nada en mí podía haberse no predicho. Esto que pienso ahora y escribo podía haber sido pensado y escrito de otro modo en un abanico de posibilidades reducido. Soy hijo de la selección natural y de mi tiempo. Soy idéntico a mi hermana pero distinto. El cerebro es la máquina de la que se ha dotado la naturaleza para comprenderse y seguir cambiando; una configuración temporal antes de la extinción. La herencia de la selección natural y el cableado del cerebro son lo que soy. Soy un individuo, me muevo y pienso. Soy la parábola que traza la flecha, el tiempo que discurre entre el lanzamiento y la caída. Pude haber sido de otro modo, el color del pelo, otras vestimentas, otra profesión. ¿Qué margen he tenido de movimientos?
Procuro suavizar la angustia de mi hermana, enmascararla. Cada época es un suceder de máscaras, tintando de colores diferentes la ilusión de la permanencia. Dentro de los márgenes de mi percepción - tan distintos, pero no tanto, de un murciélago, de un águila o de un topo- acomodo mi cosmovisión. Heredera de Platón y de Newton, del arado y de la rueca, de Gutenberg y de Borges. También de Elon Musk, mal que me pese. ¿Qué diferencia a Trump de Pedro Sánchez para creer que nos va la vida en ello?
La cosmovisión es nuestra forma de entender el mundo, de comprenderlo, de hacer cosas que calmen nuestra angustia. En toda época hay quienes se creen portadores de buenas nuevas. Seguidme, yo conozco el camino de la permanencia. Lo más fácil es adormecerse y dejarse llevar. Militar, ser activista, es el modo más sencillo y directo: reduces los márgenes de movimiento, encarrilas tú vagón - vacío o lleno- en una única dirección.
El modo de estar en la vida va cambiando. La cultura, la civilidad encuentra mejor acomodo. A medida que vamos comprendiendo lo que somos, naturaleza y cultura, nos hacemos más modestos, hijos de la naturaleza, cosidos por igual, hermanos unos de otros sin mucho margen de diferencia. Hemos aprendido que es mejor bregar juntos, organizarnos, ayudarnos. En cada época hay al menos dos formas de pensar cómo organizarse, la antigua y la moderna. En la disputa, a menudo cruenta, por imponerse no siempre hay juego limpio: se disfraza de bien común - prolongar la permanencia- el interés propio, egoísta, de supervivencia. Confiamos en quien nos engaña, crédulos de que su bien es el nuestro.
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