- No entiendo cómo se puede venir a hacer turismo aquí.
Era alrededor de la una de la madrugada en el aeropuerto de Bissau. El calor húmedo, pegajoso, sofocante. Sudábamos. La sala de espera estaba casi llena. Me había bebido todo el agua que llevaba encima. Nos quedaban dos horas para la salida del vuelo, un maratón de resistencia. Casi 24 horas hasta llegar a casa. De los cuatro cacharros de ventilación no funcionaba ninguno. Anna se fue a quejar. Le dijeron que sí, que ya. Al cabo, apareció un técnico. Dos estaban inservibles y los otros dos, traqueteando, empezaron a emitir ráfagas de aire algo más fresco. Busqué un asiento cercano al aire un poco más fresco.
Me senté al lado de una mujer joven. Formaba parte de un nutrido grupo de cooperantes. Todos chicas y un chico, enfermeras y estudiantes del área de medicina que acababan su estancia en una zona del norte pegada a Senegal. A cuenta de una pequeña ONG gallega habían venido a montar un dispensario. No había visto otra Guinea que la de aquellas zonas apartadas, ni siquiera habían tenido tiempo ni ganas de ver Bissau. Lo que vieron era suficiente. Cada día largas colas de una población a la que nadie atendía. Lo primero desparasitar. Todo el mundo tenía piojos. Para lo demás no tenían medios. Me habló del raquitismo de los niños, de la carencia de lo mínimo para la subsistencia. De los cultivos prácticamente inexistentes, algo de arroz de secano, huertos minúsculos. De la falta de voluntad de la gente para trabajar, para hacer cualquier cosa: no era solo cuestión de fuerza física. Sabía que aquellos niños que les visitaban no iban a durar mucho.
Entonces me preguntó qué hacía yo allí, a qué habíamos ido a Guinea. Le conté. Fue entonces cuando me dijo que no comprendía venir a hacer turismo en una zona como aquella. Después de lo que ella me había contado me daba vergüenza decir que hacíamos un turismo ecológico. Le expliqué cómo funcionaba el Hotel Parque Orango. Lo que suponía como fuente de trabajo para los habitantes de la isla. La relación que establecía entre los turistas y los poblados. Los recursos en forma de ayuda y dinero que aportaban. El material que en cada viaje se traía. La ayuda en becas de estudio.
Le hablé de gente como Iris, trabajadores y cooperantes, que ponía en contacto a la población con ONGs o asociaciones de ayuda. Que establecía relaciones de amistad con la población local, lo que abría perspectivas laborales y de estudio. Una relación continuada que no les dejaba solos en ausencia de gobierno.
Me enseñó fotografías, las colas en el dispensario, las brazos raquíticos, la piel de brazos y pies de una mujer, escamosos, viejos como los de un cocodrilo. Me siguió contando que el dispensario solo iba a ser atendido una vez por semana, el alma en los pies, vi que tenía. Comparado, Eticoga era el paraíso.
Pasado mañana están convocadas elecciones para elegir nuevo parlamento y presidente, pero han sido suspendidas. A buena parte de la población les da lo mismo.
Llaman para embarcar. Nos despedimos. Desde Casablanca, ellos van a Oporto y después a Vigo, nosotros a Madrid.
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