Me despierto en un paisaje idílico. Colinas más que montañas pobladas por un bosque denso. Vacas con su cencerro. Casas cercadas por empalizadas y césped, algunas con unas pocas vacas, otras reconvertidas a usos turísticos.
Vama Buzăului es un pequeño pueblo de los Cárpatos, con apenas 1.500 vecinos, que se extiende, como en general casi todos los pueblos rumanos, a lo largo de la carretera, en un pequeño valle entre montañas. No hay una plaza ni un bar, solo pequeñas tiendas, la escuela, la Iglesia con el cementerio y el Ayuntamiento. Si preguntas cuál es el lugar donde los vecinos socializan te dirán que la propia casa. Los rumanos son dados a celebraciones y aniversarios. Nos asomamos a un salón del ayuntamiento donde se celebra la puesta de largo de una moza de 18 años, vestida como una novia, aunque de azul no de blanco. Hay grandes mesas redondas con platos llenos de dulces cubiertos aún por plástico esperando que lleguen los invitados. Se acercan a la puerta que no osamos traspasar y se alegran de nuestro interés.
Aquí, en Vama Buzăului, es donde nos alojamos, en la casa familiar de nuestro guía y en otras dos casas más. La madre del guía nos hace el desayuno y la comida. Las casas, las habitaciones, son amplias y relativamente modernas, con grandes espacios comunes. Las pequeñas casas agrícolas y ganaderas se han transformado, a lo largo del valle, en amplios alojamientos turísticos. Rumanía ya no es la que yo vi.
Nuestro objetivo hoy es hacer una ruta hacia el macizo de Ciucaș, junto a su reserva natural, donde campea, en este día nublado que acabará en lluvia, el águila montañera que no se deja ver. Caminamos por un bosque de hayas altísimas, verticales, de suave piel. El otoño todavía no ha llegado al dosel del bosque. Cuando nos acercamos a la cima nos topamos con un rebaño y su paciente pastor. La numerosa jauría nos huele y nos acorrala como queriendo reintegrarnos al rebaño de ovejas. Nos desplazamos silenciosos, apretados, temerosos y mirando al suelo. Los perros se acercan y ladran agresivos. Al final nos dejan pasar.
Después de comer junto a una pequeña tienda, toca visitar la Iglesia ortodoxa, donde Felipe nos explica las diferencias con el catolicismo. Inesperadamente nuestro grupo de agnósticos y ateos se muestra interesado en las explicaciones. Las diferencias con nuestros ritos y costumbres la he visto mejor reflejada en el cementerio contiguo. Más que un lugar de muertos parace un jardín, cada tumba, un cuidado rectángulo de plantas vivas, de flores de diversos colores, tanto adornando la cruz como en el lecho donde reposa el ser querido. Algunas tumbas, incluso tienen unas lamparitas permanentemente encendidas, invitándole a ser paciente que las resurrección está cerca.
Cada país tiene sus peculiaridades, y si en Sicilia apenas hay bicis porque las motos ocupan su lugar en Rumanía la bici es un arte antiguo, el arte de ir en bici, una manera de desplazarse de un lugar a otro con una velocidad poco mayor que la de un peatón, pero con la elegancia de quien desdeña la tiranía del tiempo. Son los hombres quienes lo practican porque las mujeres, es evidente, tienen cosas mejores que hacer, como preparar compotas de manzana, dulces de membrillo y bizcochos con ciruela. No se trata de ir de un sitio a otro, sino simplemente de subirse y mantener el equilibrio, conservar el orden de la naturaleza.
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