El cielo cubierto sin fisuras, a medida que nos acercamos a Bran la niebla se va espesando, creando el escenario perfecto para que los largos dedos prolongados en afiladas uñas se abran paso y el conde acerque su colmillo hacia los cuellos, desprevenidos o no.
Los mitos se quedan en nada cuando la realidad asoma su fea cara. El castillo de Vlad Tepes, el empalador, construido y remodelado varias veces, desde el siglo XII al XIX, propiedad de quienes fueron reyes de estas tierras, la reina María de Sajonia Coburgo la última de ellas.
Más allá de una buena foto, hoy difícil por el cielo cubierto y la humedad ambiente, y los estrechos espacios interiores, escaleras empinadas, salones pequeños, ventanucos, donde predomina el decorado en negro, solo queda el lugar donde la imaginación -Bram Stoker- puso una idea del terror gótico. Aún así hay que dar unas cuantas vueltas alrededor del castillo para buscar la toma que lo haga fantasmal. De 2004 a hoy lo que ha cambiado es el decorado externo, restaurantes, tienda de souvenirs, autobuses cargados de turistas.
No perseguimos viniendo aquí la pesadilla romántica del monstruo que habita en nosotros, tampoco su simulación en los rostros de Christopher Lee o Klaus Kinski, nos conformamos con tan poco como los desechos del souvenir, zombies que turistean alrededor de la nada.
Otro interés tiene el escenario barroco de Brasov. A comienzos del siglo XIII los caballeros teutónicos obtuvieron permiso papal para extender sus dominios fuera de Sajonia. En distintos lugares izaron castillos y, alrededor, ciudades. En el límite entre la Valaquia del conde Drácula y Transilvania, con diploma del rey húngaro, reconstruyeron una ciudad para hacerla alemana, Brasov, estrictamente alemana, pues, al comienzo, ni los rumanos locales podían traspasar sus murallas.
La ciudad conserva bastante bien el aire de ciudad centroeuropea, con una gran plaza, una iglesia en el centro - uno diría, que está en Dresde- y casas de tres niveles bien ordenadas en el interior de murallas. Aún hoy los descendientes de aquellos caballeros pueden hacer vida en alemán, hay colegio alemán e iglesia evangélica - la Iglesia negra por haber sufrido un incendio en el que la bóveda se vino abajo-, rodeados de una sociedad religiosamente ortodoxa y lingüísticamente latina.
La lluvia, con mayor o menor intensidad, nos acompaña durante la visita a la ciudad. Emilio nos aconseja el Gauda Dulce para comer el tradicional goulash: trozos de carne de buey en un guiso con patata y masa de pan con salsa picante. Muy rico. Después buscamos un mirador desde el que se ve la ciudad entera y que me paso desapercibido en mi primera visita.
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