Fajas de niebla se extienden por la ladera de la montaña. Más abajo, junto a la casa donde hemos dormido estos días y que ahora dejamos, el día amanece con escarcha, soleado, se anuncia otoñal, entre los 3 y los 20 grados. Despedimos a Toñi, la canaria accidentada, y a Julia, que la acompañará de vuelta. Para ellas se ha acabado el viaje. Cada viaje es un simulacro del Viaje que cada uno emprendió y no sabe cuándo finalizará. Qué poco cuenta nuestra voluntad.
Nuestra primera parada tiene lugar en el Monasterio del Sábado, o Monasterio Sambata de Sus, a los pies de los Montes Fagaras. Comenzado a construir en el XVII por el noble Brancoveanu, está tan reconstruido, tan blancas sus paredes, tan verde el césped del patio interior que parece recién salido de las manos de pintores y albañiles.
En el recinto del Monasterio hay tres iglesias: la más primitiva, muy pequeña y enteramente de madera; en el centro, la principal, de piedra, cegadora por el reflejo del sol sobre su blanca superficie; y una tercera, situada en el primer piso del edificio, encima del arco por el que se accede. En una de las galerías arqueadas un monje negro viene hacia mí, le indico si puedo fotografiarle y con el dedo me dice que no. Me pierdo el nítido contraste blanco/negro.
En las tres hay murales interiores de 1766 , obra fe los pintores Ionașcu y Pană. Rumanía es famosa por sus monasterios pintados, en la Bucovina. Estas pinturas son de interior -la Dormición de la Madre de Dios o el Juicio final, con el río rojo que arrastra a los condenados al infierno y la nube blanca que envurlve a los salvados- pero están tan retocadas, tan restauradas, que parecen obras de un dibujante de anime no especialmente dotado. El monasterio fue demolido a cañonazos por un general de los habsburgo en 1785, durante los disturbios religiosos en Transilvania.
Pasados las tres llegamos a Sibiu, probablemente la ciudad más fotogénica de Rumanía. Comemos en un restaurante tradicional, todo hecho de madera, el Crama Ileana. No lo recomendaría. Sin embargo, luego, nos avisan que mañana cenaremos ahí. Sibiu es como Brasov una ciudad sajona. Los colonos alemanes llegaron en el siglo XII procedentes de la zona del Rin - Mosela. Las huellas alemanas están por doquier, a pesar de que su población fue mermada, cuando los habitantes de origen sajón fueron deportados a Siberia tras la guerra o por propia voluntad marcharon a Alemania cuando el régimen comunista cayó.
Desde que en el 2007 se convirtió en capital cultural Europea, la ciudad se adecentó. Tiene una gran vida cultural con teatros y museos, festivales de cine y teatro, de arte y música. Con dos plazas principales, casas y palacios de buena planta y tres iglesias, correspondientes a las tres religiones dominantes, católica, luterana y ortodoxa, dignas de ver. Algunos se dejan bastantes euros en una tienda de Gerovital, heredera de aquella famosa doctora Asland.
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